Enseñar el valor de la libertad a nuestros hijos

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Todos las familias queremos que nuestros hijos sean libres y felices. Estaríamos dispuestos a hacer los sacrificios necesarios para lograrlo. La libertad y la responsabilidad se exigen mutuamente y vienen a ser las dos caras de una misma moneda. No te pierdas este artículo.

Una persona libre se responsabiliza de sus actos

Erich Fromm escribió El miedo a la libertad, en el que mantenía que la mayor  parte de las personas, por tenerle miedo a la libertad, terminan confundiéndola con su opuesto: la dependencia.

Dicen que son libres porque hacen lo que quieren, lo que les apetece o les da la gana, porque se han liberado de normas, leyes y principios éticos y así terminan esclavizándose al capricho y al egoísmo.

La  libertad y la responsabilidad se exigen mutuamente y vienen a ser las dos caras de una misma moneda. Frankl señaló que la obra iniciada con la Estatua de la Libertad en Nueva York debía completarse con la Estatua de la Responsabilidad en Los Ángeles, con lo que pretendía subrayar la necesidad de no desligar nunca la libertad de la responsabilidad.

Una acción libre es siempre una acción responsable. Son evidentes los estragos que pueden ocasionar un mal uso de la libertad, y lo poco beneficioso que es para los niños y jóvenes, incapaces de dominarse porque consideran que pueden hacer lo que quieren.

Una persona libre se exige, se responsabiliza de sus palabras y sus actos, respeta, actúa con coherencia, trabaja por la libertad de todos.

En consecuencia, si queremos que nuestros hijos sean libres, debemos ayudarles a deshacerse de sus miedos y a que aprendan actuar según sus principios.

De ahí la importancia de fomentar en la familia y en los centros educativos el valor del esfuerzo y de la superación.

El teólogo brasileño Leonardo Boff nos recuerda la historia real de un campesino que agarró un pichón de águila, lo llevó a su granja y lo puso  con sus gallinas.

Un día visitó su granja un naturalista que se había especializado en las costumbres y hábitos de las águilas, y le dijo al campesino:

– ¿Has caído en la cuenta de que entre tus gallinas hay un águila?

 -Nació águila pero ya no lo es, pues la crié como una gallina más- le respondió el campesino.

 El naturalista se revolvía de indignación:

-No es posible que conviertas un águila, que nació para volar en las alturas en una gallina incapaz de vuelos verdaderos.

 Como el campesino seguía insistiendo en que ya no era águila, el naturalista le dijo con pasión:

-No vuela, pero volará porque lleva en los ojos la dirección del sol, y en su pecho la pasión por las alturas.

Una mañana, el campesino y el naturalista salieron muy temprano rumbo a la montaña llevando consigo el águila convertida en gallina. Cuando llegaron a la cumbre, el sol nacía. El naturalista agarró con fuerza el águila-gallina, le dirigió los ojos hacia el sol y la lanzó al abismo  diciéndole “Vuela”.

El águila empezó a agitar sus alas con dificultad como hacen las gallinas, pero sintió el llamado apasionante de la altura. Despertó en su corazón su vocación de cumbre, sus alas consiguieron firmeza y se fue perdiendo en un vuelo cada vez más firme en el azul del cielo.

Todos nacimos con vocación de águila. Debemos de inculcar a nuestros hijos una educación basada en el esfuerzo, el compromiso y el riesgo. No olvidemos que el papel de la familia y la escuela es enseñar a volar.

Antonio Pérez

Escritor y educador

Licenciado en letras por la Universidad Católica de Caracas