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Viajar con tus hijos, una lección de vida que no olvidarán

Los planes en familia, además de servir para hacer turismo y disfrutar en familia, puede ser una herramienta muy útil en materia de educación.

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Conocer de primera mano otros países, diferentes formas de entender la vida, otras culturas o religiones, entre otras cosas, es una forma intuitiva y eficaz de aprender sobre cuestiones importantes de la vida y el mundo en el que vivimos, y puede ser clave para el desarrollo personal de niños y adolescentes. Si te preocupa educar en valores elige un destino acorde a tus posibilidades y necesidades educativas, haz las maletas y prepárate para dar a tu hijo una lección de vida.

Conocerán a otras gentes y otras formas de vida. Y se conocerán a sí mismos.

No se trata de ir a Francia para ver Disneyland París. Un viaje con el que los niños estarían encantados y que, por supuesto, podemos hacer si queremos. Pero si aspiramos a hacer de nuestros hijos personas de mentes abiertas, empáticas, solidarias y respetuosas con los demás, nada mejor que elegir un destino muy diferente al entorno en que vivimos, algún lugar exótico con gentes que hablan otras lenguas, entienden la vida de otra forma y tienen costumbres ancestrales y valores muy arraigados a su cultura. Algún país –con garantías de seguridad– de África o Asia, por ejemplo, sería un destino perfecto.

Preparación del viaje

Un viaje de estas características hay que planearlo con tiempo. Lo ideal es no contratarlo con ninguna agencia sino que sea la propia familia quien se encargue de toda la organización. En función de la edad de los hijos, estos podrán implicarse en mayor o menor medida, pero siempre tienen que ser conscientes de que se está preparando un viaje muy especial.

Para visitar algunos países hay que vacunarse contra un gran número de enfermedades, conseguir visados o realizar algunos trámites administrativos. Además, hay que comprar billetes de avión; reservar hoteles  –al menos para los dos o tres primeros días; luego se puede ir improvisando sobre la marcha, lo que sin duda será un lección para nuestros hijos, y puede que también para nosotros–; preparar un itinerario por el país, con los lugares que queremos conocer y las cosas que queremos hacer; recabar información sobre transportes, moneda, clima o requisitos de entrada y salida, entre otras cuestiones importantes; programar revisiones médicas para toda la familia antes de la partida; y hacer un listado con las cosas que es necesario llevar, como medicinas, ropa de abrigo, crema de protección solar o repelente antimosquitos, por ejemplo.

También conviene aprender algo de la cultura, historia y geografía del lugar, por lo que los meses previos a la partida se pueden ver películas o documentales, escuchar música autóctona o tradicional, buscar información –y aquí los hijos pueden jugar un papel esencial si les animamos a hacer búsquedas por Internet–, ver mapas y hablar sobre el país que vamos a conocer: cuál es su capital, cómo es su geografía o su sistema político, cuáles son los acontecimientos más importantes de su historia, su índice de pobreza o analfabetismo, sus leyes, sus principales obras artísticas y monumentos, sus parajes naturales, etc. Implicarse de este modo en el viaje les dará otra perspectiva del mismo y hará que los momentos familiares resulten muy enriquecedores para todos.

Viaje a lo desconocido

Cuanto más tiempo dure el viaje –es recomendable que, al menos, sea de dos semanas–, mayor será la inmersión de nuestros hijos en el país y sus gentes. También cuanto menos organizado esté. Pero hay que tener en cuenta que esto puede ser muy molesto en muchas ocasiones –sobre todo si viajamos con niños pequeños o adolescentes quejicas– y entrañar cierto peligro. No tener reservado hotel en la ciudad a la que vamos a llegar de noche no es una buena idea –llegar de noche a una ciudad desconocida tampoco es una buena idea– porque nos obligará a buscar uno en mitad de la noche, lo que no será fácil ni barato ni seguro. Y ser prudentes es una de las primeras lecciones que nuestros hijos deben aprender al viajar de este modo. No hay que tener miedo a todo, simplemente porque sea desconocido para nosotros, pero hay que mantener cierta prudencia y tratar de evitar situaciones comprometidas o arriesgadas.

Por el contrario, las situaciones molestas se sucederán de forma inevitable y con demasiada frecuencia al viajar de este modo. Es fácil que la comida, tan diferente a la de casa, no les guste a los niños y se quejen por ello; pero también se quejarán porque hay demasiados bichos; o porque el hotel no es lo suficientemente bueno, o porque no hay manera de conectarse a Internet –acostúmbrense a soportar una queja continua por los problemas de conexión durante todo el viaje–; o porque están cansados; o porque están hartos de ir de un lado a otro; o porque no tienen amigos allí. Lo más seguro es que quieran volver a lo que conocen: su entorno, sus amigos, su lugar y, sobre todo, su seguridad. En este tipo de viajes, por esos países tan diferentes al nuestro, en muchas ocasiones nuestros hijos experimentarán –igual que nosotros– miedo, confusión, rechazo, inseguridad y muchas sensaciones, sentimientos y emociones enfrentados. De nosotros dependerá canalizar todo eso que sienten para que aprendan a ser personas más conformistas, pacientes, solidarias, comprometidas y justas.

Pese a todos los inconvenientes y trastornos que puedan surgir, hay que inculcar a nuestros hijos la importancia de comer las delicias gastronómicas de cada país, seguir las costumbres de sus gentes, utilizar sus transportes públicos, involucrarse en algún proyecto solidario o de compromiso social para conocer más a fondo las problemáticas del lugar, mezclarse con la gente para aprender sobre su manera de pensar y su cultura, convivir, confraternizar con personas que poco a nada tienen en común con nosotros, amoldarse a las circunstancias e intentar respetar, comprender y a aprender lo más posible. El viaje no será fácil, denlo por hecho, pero merecerá la pena.

La vuelta a casa

Volverán con “otros” hijos. Esa es la sensación que experimentarán los padres que se atrevan a viajar de este modo, sobre todo si los niños tienen una edad suficiente –a partir de los 10 años– para entender, y recordar, lo que han visto y sentido. Valorarán más lo que tienen en casa, apreciarán el esfuerzo de sus padres por darles una vida segura y cómoda, se solidarizarán con los más débiles, empatizarán con los diferentes, entenderán que hay otras formas de pensar y actuar, tan válidas como las nuestras. Y tendrán más cultura, sabrán más de geografía y de historia, de arte y de música, de gastronomía y de religión, por poner solo algunos ejemplos. Y todo ello sin abrir un libro.

Se sentirán diferentes y especiales, por viajar como viajan y hacer lo que hacen, por hacerlo en familia, y por hacerlo tan jóvenes. Se sentirán únicos. Serán mejores. Y nunca olvidarán ese viaje, esos viajes, que hicieron con sus padres siendo niños, viajes que cambiaron sus vidas, que les hicieron las personas que son, que serán. Conocerán a otras gentes y otras formas de vida, y eso será muy enriquecedor para ellos. Pero, sobre todo, se conocerán a sí mismos.