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¿Aplicamos lo que decimos a nuestros hijos?

El frenético ritmo de vida que llevamos nos lleva a ser mucho más permisivos

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“Cómo no hagas la cama no sales los próximos cinco fines de semana; como no recojas los juguetes los tiro a la basura; si vuelves a pegar a tu hermano te quedas sin tablet una semana” Éstas y muchas otras expresiones del mismo estilo hemos dicho en varias ocasiones a nuestras hijas e hijos. ¿Recurrimos a ellas cuando no podemos más porque estamos agotados, sin recursos, in extremis?, ¿Cuántas de ellas cumplimos?, ¿Dan resultado? ¿Sabemos lo que piensan cuando nos escuchan?

Cada vez les exigimos menos y tendemos a la sobreprotección

La reflexión me lleva a pensar que la evolución de la educación está yendo a ser “más blanda”, desde el punto de vista, que se exige menos y tendemos a la sobreprotección. No podemos refugiarnos en “como a mí me exigieron mucho, no quiero eso para mis hijas e hijos porque quiero que sean felices y ya tendrán tiempo de hacer.”

Nuestros padres y madres eran distintos en unas circunstancias diferentes, pero es que nuestros hijas e hijos son distintos a nosotros porque todas las personas somos diferentes y no podemos darles y pedirles lo mismo sean las circunstancias que sean.

Todo esto conlleva a la sobreprotección, con los diferentes adjetivos que se están poniendo a los padres y madres, porque creemos que las consecuencias llevan a dañar y no a educar. Esto conduce a que no les exigimos obligaciones, ni responsabilidades que por edad puedan realizar, alegando a que “no quieren hacerlo”, “pobrecito es muy pequeño” o “déjale que ya lo hará”.

Éstas son las creencias disfuncionales que los padres ejercemos con la sobreprotección. Pensamos que, al sobreproteger a nuestros hijos e hijas, vamos a cuidar su autoestima, no vamos a dañar su salud mental porque no les vamos a crear disgustos ni frustraciones y además serán hijos felices porque “no les va a faltar de nada”.

Es “una luz naranja pasando a roja” lo que estamos viviendo en la educación, pilar fundamental de la sociedad. Es una realidad, en términos generales, que los padres y madres pasamos menos tiempo con nuestros hijos, trabajando fuera de casa, llegamos cansados y lo último que queremos es discutir rompiendo el ambiente familiar. Pero es lo que tenemos y no podemos pensar en cuál es la situación ideal para educar, o que en otros países la ley laboral favorece la conciliación, o si yo estuviese más tiempo en casa lo haría de otra forma, etc. hay que arar con los bueyes que tenemos.

Podemos decir que uno de los objetivos principales del proceso educativo es que nuestros hijos e hijas vayan adquiriendo una serie de rutinas y hábitos junto con una autonomía que les otorgue la libertad de tomar decisiones y saber asumir las consecuencias tanto positivas como negativas.

Si este proceso no lo comenzamos desde que nacen a lo largo de los años, se van encontrando con situaciones “sencillas” para su edad, pero complejas de resolver porque no les dejamos que sean ellos los que las solventen, lo hacemos por ellos y cuando nosotros no estamos y tienen que tomar la mínima decisión que se les presente no saben actuar.

Las reacciones de nuestros hijos e hijas pueden ser de infinitas maneras, lloros, pataletas, desprecio, sumisión, “sordera”, agresividad, etc. Cada reacción dependerá de las diferentes circunstancias, pero sobre de todo de como sea la persona, lo que nosotros debemos hacer es tratar cada una ellas y no dejar que vayan avanzando hasta llegar a un punto que sean nuestros hijos e hijas los que “llevan la batuta”.

La llevamos los padres y madres que sabemos lo que necesitan y porque los queremos les pedimos y les damos la oportunidad de que sean ellos los que lo vayan haciendo dentro de unos límites que hemos establecido los padres y madres y que ellos conocen. Querrán y nos probaran para saltarlos, pero ahí está nuestro convencimiento de que lo hacemos porque los queremos y es lo mejor para ellos. Por eso es tan importante que pensemos que consecuencias les vamos a establecer para que las puedan asumir y vayan entrenando la fortaleza que necesitan para adquirir la tan necesaria autonomía para que lleven las riendas de su vida.