El confinamiento es una experiencia única por la que estamos pasando, con diferentes circunstancias personales, familiares y profesionales. No hay mejor escenario para ser constructivos haciendo que la convivencia sea lo más llevadera posible, y ayudando a que todos crezcamos de manera personal y hagamos crecer a los que están con nosotros.
En la familiaa, la educación tiene lugar más con los hechos que con las palabras
Están siendo días de intensa convivencia, con momentos fantásticos, otros mejorables y en medio un sinfín de anécdotas.
La familia es el ámbito propio y más profundo de la formación de la persona: las actitudes ante la vida, el asentimiento de los valores, el uso responsable de la libertad y, en general, el desarrollo de la personalidad se fragua en el seno de la familia. Se aprenden los valores sociales y comunitarios que ponen de manifiesto que la formación ética nunca es “individualista”. El padre y la madre somos los primeros y principales educadores de la conciencia de nuestros hijos e hijas.
En la familia, la educación tiene lugar a través de las vivencias más corrientes, más con los hechos que con las palabras. Como decíamos al comienzo… qué mejor momento para ser ejemplos vivos de respeto y preocupación por los demás, de espíritu de servicio, de disciplina, de alegría, de limpieza, de orden, de cuidado de los detalles pequeños, de detalles materiales, de sinceridad que nos ayudan a alcanzar los valores y virtudes que el de ahora. El amor, la confianza y el agradecimiento favorecen la formación y son condiciones básicas de un ambiente auténticamente educativo.
Nuestros hijos e hijas desarrollan personalidades más sanas cuando las personas que estamos con ellos y que les tratamos somos cariñosos, coherentes y respondemos a todas sus necesidades e inquietudes. Es muy positivo, y de gran resultado, esforzarnos en resaltar sus fortalezas, cuantas más mejor, y dejar en segundo plano sus debilidades. Estas últimas las tienen muy oídas porque estamos todo el día repitiendo lo que tienen que hacer y llega un momento que ya no nos escuchan.
Sin embargo, las fortalezas o las cosas que realizan bien sí damos por hecho que deben ser así y no se las decimos. Cuando lo hacemos se sienten fortalecidos, reciben una buena inyección de confianza, esto les hace sentirse bien y les ayuda a mejorar, más que repetir de forma habitual lo que deben cambiar o mejorar.
Estar pendientes de los demás hace que salgamos de nosotros mismos y estas circunstancias nos dan la oportunidad de hacerlo porque la convivencia es muy intensa. Primero los padres y madres no debemos olvidar que educamos con lo que somos más que con lo que decimos y por eso esta situación se convierte en el mejor momento para dar lo mejor de nosotros a los demás miembros de la familia.
Nuestros hijos e hijas tienen la oportunidad de ayudarnos más que en otras ocasiones, sin lugar a dudas, en lo ordinario, como es su habitación, la ropa, sus libros o juegos, su mesa de estudio o las diferentes manualidades. Les explicaremos cómo se hace y por qué se hace, pero también deben de colaborar en los espacios comunes. Les podemos asignar una “pequeña parcela” o bien unas tareas concretas para que no vean solo lo suyo, sino que vayan aprendiendo a mirar a la derecha y a la izquierda para que todos tengamos el espacio lo más confortable posible participando cada uno y siendo protagonistas.
La situación se está alargando de tal manera que estamos seguros que hay algún cumpleaños en la familia que vais a celebrar en estos días. Todos podemos pensar que le gusta al que cumple los años, bien de comer, alguna sorpresa, preparar una búsqueda del tesoro, un concurso de baile, un teatro, etc… Pensar como todos nos lo podemos pasar bien, invitar a la familia de manera virtual para que comparta un momento del día, en definitiva, pensar cada uno como se puede ser el mejor anfitrión.
En las diferentes edades de los hijos e hijas que tengamos la experiencia es distinta, pero en todas ellas se puede ser constructivos. En la etapa de infantil y primaria las motivaciones son unas y en la adolescencia son otras. En esta última están pasando por un momento que están demasiado pendientes de “su ombligo”, consecuencia de su inmadurez inicial, como si fuese “yo y el mundo”.
Tienen ganas de hacer las cosas bien, de agradar, de darse, pero tienen pocas oportunidades para llevarlo a cabo. Necesitan practicar, una y otra vez. En estos días podría ser muy bueno aprovechar para hablar con ellos con calma, definir “los campos” donde pueden participar, darles las pautas sencillas y claras para que participen y dejarles que lo hagan. Procurad, eso sí, no repetiros continuamente, tener una segunda conversación pasados unos días para que analicen como lo han llevado a cabo, que dificultades se han encontrado, porque no lo han hecho o no lo han podido hacer. Es decir, que sean ellos los que hagan la reflexión, pero los padres y madres les acompañemos en el aprendizaje de ser constructivos en estos momentos tan inéditos.
Es la manera de abrir el horizonte pensando en los demás y ponerse en “los zapatos de los otros”.