Algunos padres afirmarían que el hecho de pensar en que sus hijos puedan tener un futuro que les permita vivir, tener un trabajo y una familia, gracias a la profesión que desarrollen de adultos, es pensar en ellos. Es por su bien y lo que les hará adultos felices. ¿Estamos realmente seguros de que estas afirmaciones son ciertas? Veamos algunas reflexiones…
Hay que animar a nuestros hijos a que disfruten lo que les gusta
Los niños apechugan una y otra vez a lo largo de su infancia y gran parte de su adolescencia con la famosa pregunta: ¿qué quieres ser cuando seas mayor? o ¿y tú qué carrera vas a estudiar? Los adultos esperamos respuestas como: enfermera, futbolista, bombero, ingeniero… Pero en sus cabecitas las respuestas se parecen más a: surfera, buscadora de gusanos y cangrejos, jugador de consolas y videojuegos o vendedor de cortaúñas (cualquier actividad que les parezca “lo más” en esos momentos). En realidad, al preguntarles, estamos pensando en el adulto en el que los padres queremos que se conviertan. Y eso es otra cosa.
Sin embargo: ¿no es un poco arriesgado pensar que sabemos cómo será el mundo dentro de 20 o 30 años? Puede que la tecnología haya sustituido casi por completo a muchas de las profesiones que hoy conocemos y que queden tan obsoletas como hoy puedan estarlo los lecheros, los serenos, las zurcidoras u otros tantos oficios.
Admitamos al menos que nos cabe una duda razonable. Lo suficientemente razonable como para replantearnos la cuestión desde otra perspectiva.
A las madres y padres desde hace generaciones nos han instruido para que «voluntariamente» pensemos que lo bueno, lo socialmente aceptable y lo deseable es que nuestros hijos se conviertan en personas con una profesión que aporte algo a la sociedad. Y que a cambio reciban una retribución que les permita tener una casa, un coche, una familia, pagar sus impuestos, etc. Y que para eso han de hacer deberes, estudiar y sacar buenas notas. El resto de las áreas de su vida, que no sean colegio o actividades extraescolares, parecen no ser especialmente útiles a esos propósitos.
Es difícil abstraerse de esta estructura organizativa tan instaurada, dar un paso al lado, tomar perspectiva y pensar. Casi ninguno queremos estar fuera, queremos ser gente adaptada y que encaje en la sociedad. Y, desde luego, no se trata de convertir a nuestros hijos en unos antisistema. Tan sólo se trata de cambiar las gafas a través de las cuáles les vemos: priorizar sus deseos, sus aventuras y sus descubrimientos.
Esto es lo que realmente les preparará y aportará la plasticidad y flexibilidad para encarar un futuro que no conocemos. Veamos un ejemplo práctico:
Tu hijo quiere hacer una carrera a ver si corre más un gusano o un caracol del jardín; tú, impaciente, le dices: “Venga Diego, que tienes los deberes aún sin hacer”. Como aún no te has cambiado las gafas, no caes en la cuenta de que tu hijo ha desarrollado una idea, tiene una hipótesis, un sistema de carrera para validarla y un experimento entre manos que no solo le va a hacer disfrutar y pensar, sino que más adelante repetirá y desarrollará, avanzando en complejidad según vaya teniendo en cuenta más variables. Los procesos cognitivos implicados son muchos y la importancia para el desarrollo de sus capacidades intelectuales muy clara. Pero aún mejor, si le permitimos desarrollar su carrera de caracoles o gusanos, el mensaje percibido por él será “mis ideas y curiosidades son respetadas y pueden ser interesantes”.
Aunque no todos los niños presentan este tipo de curiosidad científica, cualquier padre, puede encontrar en sus hijos, otro tipo de intereses o inquietudes: el famoso «ahora le ha dado por…». Como padres, debemos tratar de guiarles y acompañarles en esas curiosidades, sin pensar en ninguna profesión para la que aquello sea útil, a pesar de que el proceso cognitivo subyacente no sea perceptible o evidente.
Por último, es importante destacar que si nuestro hijo encuentra algo que le gusta, le interesa y que hace bien, no nos centremos solo en potenciar esa faceta: hay que animarle a que lo disfrute pero que siga investigando y curioseando en otras áreas. Es así como realmente se termina encontrando aquellas cosas que uno hace bien y disfruta haciendo (lo uno retroalimenta a lo otro).
Unas actividades le servirán para ganarse la vida y otras para disfrutarla, cuestiones ambas que aparecen en los adultos que se consideran felices, con una vida plena y satisfactoria.