La singularidad de una persona hace que sea irremplazables e irrepetibles. Cada uno de nuestros hijos es diferente y destaca en algo. Por eso no podemos educarles de la misma manera. Debemos observarles y ajustarnos a sus perfiles para poder asegurarles un desarrollo óptimo.
La apertura es la capacidad innata del ser humano que le permite crecer y madurar.
Tener en cuenta la singularidad de cada hijo supone ayudar a cada uno a ser consciente de sus posibilidades y limitaciones. Les ayudamos a conocerse para que se acepten. Es la manera de conseguir que se quieran como son. Que se conozcan es lo primero para que puedan gobernarse, imprescindible para que tengan una adecuada autoestima.
Focalizarnos en sus puntos fuertes
Una manera práctica de educar es establecer unos objetivos educativos de manera personal. Tanto de aprendizaje como de valores y virtudes. Es importante saber en qué destaca cada uno y focalizarnos en sus fortalezas para mejorar sus debilidades. Es muy atractivo y positivo enumerar los puntos fuertes porque adquieren confianza. Partiendo de ellos, es más fácil “atacar” el punto débil.
Realizando una buena observación para conocer cada uno de sus puntos podemos establecer un plan de mejora personal. Esto supone que hemos hecho un diagnóstico de la situación y un pronóstico de adonde se puede llegar ahora. Podemos establecer los planes por meses, trimestres o años naturales.
El motor de la educación es el amor. El amor implica confianza. Nuestros hijos se deben sentir queridos. Cuando una persona se siente querida se deja ayudar.
La educación requiere creatividad. Si vemos que de una manera no funciona, debemos intentarla de otra. Quizá no nos entienden y a veces pensamos que no quieren.
La creatividad requiere:
- Conocimientos: “fuentes” que nos ayuden a educar.
- Tiempo y silencio para poder observar.
- Un esfuerzo interior de autodisciplina para ver la realidad de un modo nuevo.
No podemos olvidar la ilusión para llegar a realizar el proyecto deseado. Ese proyecto que nos va a ayudar a ser mejor persona de lo que soy ahora. Aprendiendo a educar convertimos los buenos deseos en proyectos de mejora.
Otro aspecto que debemos tener en cuenta de la persona es la apertura en relación con el mundo y los demás. El ser humano no puede desarrollarse aisladamente, necesita de la sociedad para desarrollarse. La soledad nos “empequeñece”.
La apertura es la capacidad innata del ser humano que le permite crecer y madurar. Con la ayuda de la educación la persona pase de ser sociable a ser social, superando posibles desviaciones y atrofias como el egocentrismo, la timidez o la agresividad.
Las personas no somos independientes. Por el contrario, podemos observar que hay una dependencia entre los seres humanos, somos interdependientes. Nos comunicamos y formamos comunidades.
Esa apertura al mundo permite a la singularidad expresarse, por una parte, en un espacio-tiempo determinado, concreto, en una realidad material, en una cultura, que se ha de conocer, enriquecer y transformar. Y por otra, para ser uno mismo, es necesaria una contextualización con las demás personas, y de una forma vital, con su familia.
En su grado máximo, consiste en abrirse para dar. La realización más plena de la persona se da en su solidaridad, ánimo de cooperación y colaboración, de ayuda y de servicio que no puede entenderse del todo y hasta el fondo sin amor.
Por último, para definir quién es nuestro hijo debemos tener en cuenta el origen. Es necesario que se plantee quien es desde su origen. Todas las personas hemos sido generadas. En primera línea encontramos a los padres. Somos los primeros educadores junto con la familia.
Las personas nos manifestamos y expresamos con las dimensiones física, afectiva, la inteligencia y nuestra voluntad. Teniendo en cuenta cada una de ellas con los tres aspectos citados vamos a descubrir los talentos de cada uno de nuestros hijos junto a sus debilidades. Es una forma muy minuciosa de observarles. Nos ayudara a llegar al fondo de cada uno.