Cuando somos más pequeños las necesidades que tenemos son puramente básicas: comer, dormir y estar aseados. Un bebé, como tal, no tiene aún la necesidad de sociabilizarse porque todavía es demasiado pronto, no son conscientes del papel que tiene el otro y para ellos es suficiente con la relación a nivel afectivo y emocional que mantiene con su familia y las personas más cercanas. Pero a medida que vamos creciendo empezamos a valorar la presencia del otro. Descubre en este artículo cómo se va construyendo la amistad.
El ser humano es un ser social que necesita de los demás
A partir del año empiezan a tener un poco en cuenta al otro, a coger sus cosas, a acercarse, a defender un poco lo suyo… Sin embargo, todavía es pronto para entender las consecuencias que tiene sobre el otro y saber que el otro le puede aportar. Aún no entienden la interacción y por eso no se produce la relación social porque deberían interactuar las dos partes.
A los dos años empiezan a valorar un poco más a los amigos. Comienzan a pensar en ellos como esas personas con las que se lo pasan bien, con quienes les gusta estar, les piden cosas, les duele y les afecta que los otros no quieran hacer algo con ellos, les hace ilusión que vayan a su casa, les molesta que les quiten los juguetes… Mientras que con un año les molestaría que les quitaran un juguete porque el juguete es lo que realmente querían, con dos años les molesta esa situación, pero no tanto por el juguete sino porque ha habido otro niño que se lo ha quitado.
Adiós al egoismo
Algo muy característico de las primeras edades como es el egoísmo comienza a desaparecer para poder empezar a hablar de una relación social, como tal, entre los niños. A partir de este momento, es muy importante ver la posición que ocupa el niño en el grupo. Los niños van a comenzar a madurar, a aprender a convivir con unas normas de convivencia fundamentales y necesarias ya que serán las mismas para cuando sean adultos. Es tiempo de que aprendan que hay otras personas que también tienen derechos y libertad para elegir lo que quieran que, aunque no sea de su agrado tendrán que respetar y tolerar.
Estas pautas van a ser la base de su educación con los demás, por eso las familias lo debemos tener muy en cuenta y animarlos a que las pongan en práctica. Podemos proponerle que invite a algún amigo a casa, que le pregunte a su compañero de clase enfermo a ver qué tal se encuentra, que cuente lo que ha hecho el fin de semana a otros amigos…
Hasta ahora lo han tenido muy fácil porque han sido los reyes de la casa, pero, a partir de los dos años, cuando empieza a salir de este círculo social, tienen que ir haciéndose un hueco dentro del grupo en el que va a tener un rol muy diferente al de casa. Hay que estar pendientes de la posición que tienen en este nuevo grupo y cómo lo interiorizan. Es el momento de que aprendan que no son los mejores y van a tener que admitirlo. Esta parte se engloba dentro de la madurez del niño que la irá forjando con el tiempo.
Hay que dejarles que se valgan por ellos mismos, que se integren, que se vayan posicionando con el objetivo de encontrar su sitio. Las familias, por lo general en estas edades, no nos preocupamos mucho porque pensamos que los niños sólo quieren jugar y divertirse. Cuando son pequeños se lo pasan bien con todo el mundo y no tienen picardía para no perdonar las cosas porque enseguida le les olvida.
Sin embargo, aunque no nos fijemos tanto con quién va, si debemos estar pendientes de cómo se comportan en el grupo, si son líderes, sumisos, más sensibles, cómo se sienten cuando le admiten o no le admiten. En la primera etapa el grupo suele ser bastante homogéneo, y no se nota tanto la diferencia entre el líder y los demás niños. Es raro que encontremos líderes negativos en estas edades, porque todavía son bastante independientes. Las familias debemos observar las diferentes actitudes que puedan mostrar los niños para, en caso de dificultad, trabajarlo en casa.
Conflicto entre niños
Una situación en la que nos cuesta mucho controlarnos es cuando se produce un conflicto entre dos niños. Nos puede parecer injusto y tender a solucionarlo o cuando nos lo cuentan les tratamos de proteger. En la mayoría de los casos es mejor no interceder por ellos. En un porcentaje alto, es mejor que el niño sea capaz de resolver el problema por sí solo. Es muy positivo que lo quieran contar. El primer paso es escucharlos con atención, porque para ellos es algo importante. No hay que juzgar a ninguna de las dos partes, pero sí decirle lo que está bien o está mal. Debemos marcarles la norma y sugerir qué pueden hacer. En caso de que tengan dificultades podemos acompañarlos a hablar con el otro niño, pero él será el encargado de decírselo, nunca debemos sustituirles. De este modo, conseguiremos que nos cuente sus problemas y crearle este hábito para que cuando sea mayor actúe de la misma manera porque ya les hemos demostrado que los escuchamos, no juzgamos y les ayudamos.