El grito puede ser efectivo en algunas circunstancias pero no es un buen aliado si lo que perseguimos es una educación en positivos. Si se utiliza con frecuencia, existe el peligro de que el se convierta en algo habitual y, por lo tanto, ya no tenga efecto y los niños, además de no obedecer, no sepan cómo deben hacer las cosas. Es por ello, que se debe logra una autoridad sobre los hijos más allá del grito. Te damos unos consejos.
El grito puede ayudar a que los hijos obedezcan de un modo rápido e inmediato, pero no es la mejor opción para educar y enseñarles.
La autoridad es la principal influencia externa de los padres respecto a la educación positiva de los hijos. La autoridad será más eficaz cuanto más se apoye en el ejemplo, entendiendo por ejemplo no tanto los resultados como el esfuerzo o la lucha personal. Es decir, que los niños vean que los padres luchan por ser mejores y muy especialmente en los mismos objetivos que exigen a sus hijos. Libertad, responsabilidad, obediencia y motivación son conceptos que juegan un papel importante en el ejercicio de la autoridad.
La autoridad es un elemento muy necesario y esencial en la educación. Este concepto, aunque puede tener una consideración fuerte al haber estado relacionado con el autoritarismo, sin embargo, no tenemos que verlo como algo negativo ya que es un aspecto imprescindible para que los niños crezcan con seguridad. Antiguamente se hablaba de autoridad como ordeno y mando, porque lo digo yo, sin explicaciones y con un lenguaje y conductas muy agresivas. Ese autoritarismo estaba claro que no era positivo para la educación. Con el paso del tiempo se produjo un giro. Las siguientes generaciones se dieron cuenta que no querían eso para sus hijos y se pasó directamente a otro estilo educativo totalmente opuesto, el de “todo vale y todo lo negociamos”. Bien es sabido que los extremos nunca son buenos. Las consecuencias de los jóvenes que han vivido bajo ese permisivismo, que no han tenido límites y que han tenido todo lo que han querido, tampoco son positivas, es por esto por lo que también hay una necesidad de nuevas alternativas, un modelo educativo diferente basado en el establecimiento de unas normas.
Los niños, de manera natural responden a sus instintos y a sus necesidades mediante impulsos. Suele ser la manera más cómoda para ellos, van siempre a lo fácil, que no siempre es lo mejor ya que, muchas veces, desconocen las razones que los llevan a actuar de una forma determinada. Por eso, es importante la autoridad. Nos sirve para marcarles unas normas de por dónde tienen que ir. En este sentido, el “no” tiene un papel fundamental y las familias tienen saber utilizarlo. No se tienen que sentir mal por ello porque tienen que marcar unas reglas que los niños necesitan.
Para poder ejercer bien la autoridad se necesita, por tanto, unas normas establecidas previamente y un cumplimiento de estas. Los niños se encuentran más seguros y son más felices en un hogar donde existen unas reglas establecidas y donde sus padres ejercen una autoridad positiva.
El problema con el que nos encontramos es que ejercer la autoridad cuesta, por eso, en muchas familias, hay carencia de ello. En ocasiones, es difícil decir que no y enfrentarse, en cierta manera, a los hijos por miedo a que te dejen de querer. La inseguridad que produce el decirles todo el día que no, el sentimiento de culpabilidadpor no estar todo el día con ellos no debe ser tal, siempre y cuando se actúe con cariño.
En otras situaciones, resulta más fácil tratar de evitar los conflictos por el esfuerzo y desgaste que supone para todos. Esto es algo común en situación de padres separados. En esta situación, lo recomendable es pensar en los hijos, que son de los dos, y actuar de tal manera que los dos aporten por igual, siguiendo una misma línea. Los hijos necesitan lo mismo de los dos, el cariño, la exigencia y la autoridad.
La autoridad es costosa, pero hay que ser constante para ganarse el respeto de los niños. El mejor modo es a través del establecimiento de pocas normas. Si se está continuamente diciendo no a todo, marcando muchas normas, va a desgastar a todos, padres y niños, y en el momento en que los padres muestren el mínimo síntomade debilidad los pequeños van a aprovechar para saltarse esas normas. Para que las reglas establecidas queden claras es importante trabajarlas de manera aislada pero insistentemente. Una vez que consigan cumplir una se pasará a trabajar otra y así sucesivamente, sin olvidar que hay que darles la oportunidad de que se expresen, expliquen por qué no han hecho algo y luego trabajarlo.
La autoridad no se gana gritando ni poniéndonos por encima de ellos. Es muy difícil contenerse, y, en estos casos, es muy importante en los adultos tratar de desarrollar lo más posible la virtud del autocontrol. Al fin y al cabo, no se les impone más por más que se grite. Si se les quiere imponer algo se conseguirá más si, pase lo que pase, se mantiene una norma fija y los niños lo saben. Hay que intentar cumplir lo que se dice.
El castigo no es el mejor modo de educar, pero, muchas veces, se utiliza para marcar la autoridad. Cuando los niños no hacen bien las cosas tienen que aprender que eso tiene unas consecuencias. En este sentido, el castigo no es el mejor modo de actuar, es mucho mejor el refuerzo positivo a través del cual se valora lo que los hijos hacen bien para que lo repitan. De este modo, consiguen llamar nuestra atención por aquello que nos gusta que hagan no por las acciones negativas que llevan a cabo. Tienen que aprender que sus actos tienen unas consecuencias a veces positivas y otras veces negativas. En caso de que nos vemos obligados a utilizar como recurso el castigo, hay que cumplir lo que se dice porque si no, no lo van a creer y no van a hacer caso de lo que se les diga. Normalmente, esta situación la provocan los padres por no haber sido firmes y no haber cumplido la palabra. Cuando se recurre al castigo como táctica es muy importante avisar, no puede venir de un arrebato. Ellos deben asumir las consecuencias de los actos, saben a qué juegan y qué arriesgan. Siempre es importante dejar claro qué es bueno que hagan y si no las consecuencias que van a tener.
Para mantener la autoridad no es necesario amenazar. Se les puede explicar diciendo que tengan en cuenta lo que puede ocurrir, que lo que ocurra puede ser una consecuencia de lo que hayan hecho… Pero la explicación se les da una única vez, porque si no se cansarán de oírlo y no harán caso.
La autoridad nos ayuda a hacer que los hijos actúen bien y adquieran los hábitos necesarios para su formación. El hábito más directamente relacionado con la educación es la obediencia. Cuando existe el hábito de la obediencia, el ejercicio de la autoridad se simplifica. Debemos presentar la obediencia a nuestros hijos como un fenómeno universal que debe ser vivido por todos, actuando con sentido común, con iniciativa personal y con afán de servicio.
Para saber si ejercemos bien la autoridad debemos cumplir con cada uno de los cinco puntos básicos de una buena autoridad:
- No gritar cuando damos órdenes: la necesidad de gritar supone una falta de autoridad.
- No repetir las órdenes para que las cumplan: no por repetir las órdenes van a obedecer mejor.
- No perdonar los castigos impuestos: a los hijos hay que perdonarles siempre, como personas que son, y demostrarles que les seguimos queriendo, aunque se porten mal, pero los castigos deben cumplirlos siempre. Perdonar los castigos justamente impuestos, promueve la desobediencia y supone una pérdida de autoridad. Para ello, es importante que los castigos sean justos.
- No castigar sin avisar antes la clase de castigo que se impondrá.
- No amenazar con “cuando venga mamá/papá”: la autoridad se puede compartir. Los padres deben reforzarse la autoridad mutuamente, nunca deben contradecirse delante de los hijos, sino reforzar y actuar en la misma línea.
- No se debe ejercer del mismo modo la autoridad con todos los hijos, pues cada uno de los hijos es diferente: por genética, psicología, estímulos recibidos, carácter, temperamento, diferente edad, sexo… Ejercer del mismo modo con todos los hijos la autoridad es injusto.
¿Cómo conseguir ganar autoridad?
No es fácil, pero hay que practicarlo para ver los resultados posteriores. Para educar con eficacia es necesario promover actos libres.
- Cumplir con los puntos básicos de una buena autoridad (indicados anteriormente)
- Pocas normas: exigir obediencia con autoridad en pocas cosas.
- A la primera: hay que tratar de motivarles para que obedezcan a la primera. Explicarles las necesidades de obedecer y las ventajas que supone para ellos obedecer.
- Reconocimiento: si obedece, debemos reconocerle que se ha portado bien para reforzar que otra vez tienda a repetirlo.
- Reglas: cuando una motivación razonada no ha dado resultado se pueden establecer unas reglas de permiso o castigos para reforzar la motivación. Es preferible que los hijos tomen parte en el establecimiento de estas reglas.
- Cumplimiento: si obedece, se le reconoce. Si no obedece, se cumplen reglas establecidas.