Una madre y un padre siempre quieren lo mejor para su hijo e hija, pero en ocasiones se viven circunstancias que impiden generar un ambiente saludable en la familia. Situaciones de estrés y de angustia que bloquean la vida familiar y propician relaciones dolorosas.
Es importante generar un ambiente propicio y de serenidad
Los padres discuten, se distancian o se sienten preocupados por alguna situación personal o profesional que están viviendo e incluso también se divorcian. Los niños tienen «la piel muy fina» y captan ese ambiente de tensión, provocándoles malestar.
No cabe duda de que son los adultos los que toman las decisiones y los hijos e hijas quienes viven las consecuencias. En este “coctel” puede parecer “sálvese quien pueda” …, pero es importante establecer unos criterios, en los cuales, nuestros hijos e hijas sean nuestro estandarte.
Quieren a su padre y a su madre tanto a uno como a otro, no se les puede obligar a posicionarse porque ambos son importantes.
Son momentos complejos y nuestros hijos e hijas necesitan seguridad. Y esa seguridad se la tiene que proporcionar el adulto, aunque no tenga fuerzas para ello.
La manera recomendable de adquirirla es estableciendo unos criterios de funcionamiento y unos modos de actuar.
Sugerencias a tener en cuenta:
1. Hablar con respeto de cada una de las partes
Cada situación es un mundo y los problemas se vivencian de diferente manera, dependiendo de muchos factores. Pero como adultos no se debe caer en la tentación de criticar al otro delante de los hijos con el único fin de hacer daño.
Ellos quieren a los dos y es injusto utilizarles para hacer daño a la otra persona.
2. Dedicarles tiempo
Cuando los adultos toman decisiones que afectan a la unidad familiar, tienen que tener presente, sobre todo al principio, la importancia de dedicarles tiempo a sus hijos. Tiempo de calidad que permita una buena comunicación. Es importante generar un ambiente propicio y de serenidad en el que los niños se sientan cómodos para preguntar.
Sin duda, tendrán muchas dudas sobre cómo serán sus vidas a partir de ese momento. Debemos preparar esas respuestas, que nos vean con seguridad y que no titubeamos. Por supuesto, antes deben de hablar las partes para coordinar esas respuestas y evitar generar malos entendidos o informaciones contrarias.
3. No “utilizarles” como moneda de cambio
Es habitual, si la separación no es consensuada, que el padre o madre utilicen a los hijos para chantajear o malmeter contra el otro. Es comprensible que cuando hay dolor por medio, la capacidad de gestión de esas emociones, se complique. Pero en estos momentos solo hay que pensar en el bienestar de los hijos.
4. Establecer modos de actuar similares cuando estén con cada una de las partes, previa comunicación
Una vez acordada la separación, los adultos están obligados a entenderse. Tienen que organizar horarios, responsabilidades, llegar a acuerdos con el único objetivo de que sus hijos vean su vida lo menos alterada posible.
Estos son las pautas:
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- Fijar pequeñas responsabilidades que les den autonomía.
- Crear horarios claros y pactados con los niños.
- Evitar ofrecer cosas materiales en exceso.
- Controlar el uso de las pantallas o video consolas.
Los niños son niños, pero no son tontos, y sobre todo, no tienen maldad (según la edad que tengan cuando se dé la separación puede haber algo más de estrategia). Dadas las circunstancias, pueden aprovechar la situación que están viviendo para adquirir lo que quieren “chantajeando” a las partes.
Nosotros, como principales educadores, debemos saber que en el proceso educativo los que sabemos que es mejor para ellos somos los padres.
Por ello, debemos establecer unos márgenes de actuación y ser firmes con ellos. Va a resultar difícil, los propios padres y madres no están bien, pero no deben perder de vista “su estandarte” para que en todo el proceso y resto de la vida sus hijos/as vayan adquiriendo una confianza que les vaya sumando en el haber de su autoestima.