La educación afectiva cobra especial importancia en la infancia y en la adolescencia. Los sucesos de cada día, las relaciones con las personas de su entorno, el diálogo que establece con ellas -diálogo que no es sólo de palabras, sino de imitación, de búsqueda o de aprobación- van conformando su estructura emocional y le van definiendo qué, cuánto y cómo debe sentir.
Nuestra forma de educar es determinante y hay que huir de estilos autoritarios o sobreprotectores
Puede resultar extraño, pero así es como sucede. Niños que aparentemente lo tienen todo, se muestran apáticos y aburridos en medio de todos los halagos, mimos y comodidades materiales. Cada vez es más frecuente encontrar niños desmotivados y con tendencia al negativismo. Educadores y psicólogos lo achacan, en parte, a una falta de educación de la afectividad. El tono afectivo que rodee a los niños va a determinar su actitud ante la vida. En la medida en que se desarrolle en un ambiente positivo, de estabilidad, cariño y equilibrio, su personalidad crecerá de manera positiva, fuerte y con seguridad. Por ello, el sentirse querido y contar con una alta autoestima están íntimamente relacionados. Pero a pesar de la importancia que esto tiene, son pocas las ocasiones en las que como padres o educadores nos planteamos educar la afectividad y los sentimientos.
Si un niño tiene deficiencias emocionales, es posible que su desarrollo afectivo se vea resentido y no pueda aprovechar al máximo las oportunidades que se le presenten en la vida. Hay que estar atento si estamos ante un niño con dificultades para centrar la atención, que es triste o susceptible en lugar de ser alegre y confiado, o agresivo y ansioso porque tiene más posibilidades de ser un adulto inseguro, desconfiado y que, en definitiva, se sienta insatisfecho.
Por el contrario, un niño que pasa su infancia rodeado de cariño tendrá más facilidad para interpretar las cosas de modo positivo, confiar en los demás y sentirse seguro y digno de aprecio. Por lo tanto, es importante dedicar tiempo y esfuerzo a educar la afectividad de lo niños, especialmente en las edades más tempranas.
Para que un niño pueda enfrentarse con éxito a distintas situaciones en la vida debe sentirse seguro y contar con una alta autoestima, para lo que es imprescindible que se sienta querido siendo el que es, con sus defectos y sus virtudes. Y es dentro de la familia donde mejor se puede experimentar este sentimiento.
La comunicación no sólo es el lenguaje verbal, pero sí es una parte muy importante y, en ocasiones, no le damos la importancia que realmente tiene. Frases que ligan el querer a un logro como “cuanto te quiero por lo bien que has hecho o por todos los sobresalientes que has sacado” transmiten un mensaje erróneo.
Para que los niños se sientan queridos, hay que pasar tiempo con ellos, jugar con ellos y ocuparse de sus cosas. Es importante que sepan qué se espera de ellos, por lo que resulta imprescindible que las normas sean claras y precisas. Encontrar el equilibrio entre la exigencia y el cariño, hará que los pequeños tengan confianza y se sientan en un entorno seguro. Nuestra forma de educar será determinante en este sentido y habrá que huir de estilos autoritarios o sobreprotectores.
La familia es la mejor escuela y nuestra forma de querer es la que van a aprender nuestros hijos. Los niños son capaces de captar hasta los detalles más sutiles a los que, en ocasiones, no prestamos atención los adultos.
Ignorar los sentimientos de los pequeños por considerarlos “cosas de niños”, no buscar el motivo que provoca ese sentimiento, o descalificarlo por lo que siente no le ayudará a crecer ni a desarrollar de forma correcta su afectividad.
Es importante que tomemos en serio lo que sienten y para que podamos conocerlo, deberemos fomentar que exterioricen sus sentimientos, que hablen de lo que les pasa, una cuestión que no es nada sencilla y que requiere un aprendizaje y un entrenamiento. La mejor medicina sentimental, que además tiene un gran valor educativo, es escuchar y tratar de comprender, especialmente a partir de los 6 o 7 años.
A modo de conclusión, podemos recordar que la familia es el ámbito donde uno es querido tal y como es, sin necesidad de aparentar ser mejores de lo que somos. No debemos olvidar que según queramos nosotros, aprenderán a hacerlo ellos, por lo que es importante que pasemos el máximo tiempo con ellos y sepamos aprovechar las oportunidades que se nos presentan para proporcionales seguridad y afecto.