En la era de la sobre comunicación y una amplia gama de recursos, el «qué» decimos, cómo y cuándo elegimos hacerlo, se vuelven aun más relevantes para una correcta crianza desde nuestro rol parental.
Una crianza saludable
Mucho se ha hablado y estudiado acerca de la influencia familiar de los padres hacia los hijos y cómo esto afecta en mayor o menor medida en su desarrollo, incluyendo la adultez.
Sin duda el predicar con el buen ejemplo a través de conductas coherentes, constructivas y basadas en el cuidado hacia los hijos es uno de los principales estandartes inamovibles en pos de una crianza saludable.
Ciertamente esto tiene siempre un impacto potente en el hogar, pero no es el único factor determinante. La elección de palabras o expresiones al comunicarnos intrafamiliarmente, generan un código único y que, al igual que con el ejemplo, puede definir hasta el 50% de la personalidad de un niño durante su infancia según estudios recientes.
Una comunicación que impacta
¿Qué entendemos por buen o mal lenguaje? ¿Hablamos de evitar las malas palabras? Bueno, en parte sí. La utilización de insultos o usos de la palabra en un sentido peyorativo y despectivo definitivamente fomentan:
- La tendencia a desarrollar prejuicios
- Baja o nula capacidad de reflexión y de autocontrol entre lo que se piensa y lo que se dice
- Automatismos a la hora de comunicarnos
Pero hay también elementos considerados por muchos, como “detalles” quizá más sutiles o menos evidentes que se vuelven igual de relevantes en la educación familiar: expresiones no verbales de hartazgo o rechazo como el poner los ojos en blancos cuando un hijo nos pide algo, la elección de ciertos emojis cuando usamos WhatsApp o Telegram o el el uso del “dedo del medio” en la mano para insultar a alguien, incluso si es en tono humorístico.
Aunque sorprenda a más de uno, y aunque en muchos casos es positivo y ayuda a un desarrollo más natural, hasta el uso del silencio en un momento inadecuado puede dar un incorrecto mensaje de ignoración o falta de interés en el vínculo con los pequeños.
Nuestros hijos, son una esponja de experiencias, imágenes y sonidos.
Incluso cuando pensamos que no nos vieron decir o hacer determinado gesto, ellos lo perciben y nos observan mejor que nosotros mismos.
Claves para educar con el lenguaje
Pero entonces, ¿Qué podemos hacer para cultivar una cultura del buen uso del lenguaje hogareño?
- Ciertamente desanudar elementos de nuestro propio lenguaje no será tarea fácil y seguramente habrá errores en el camino. Por lo tanto, identificar y admitir los propios fallos, asumir responsabilidades y pedir disculpas cuando sea necesario ayudan a desnaturalizar los exabruptos que podamos transmitir en familia.
- Eliminar los descalificativos inmediatamente y de forma integral. Esto quiere decir que no podemos ir a medias para tener un efecto realmente efectivo: esto incluye a nuestra pareja, hijos, familiares y demás.
- Procurar reemplazar las expresiones de maltrato con afecto. No necesitamos ser los más empalagosos, pero sí debemos habituarnos a expresar más las emociones y sentimientos positivos, ya que estos sí suman beneficios para todos.
Ejemplos como este, revelan y evidencian la importancia y la urgencia de entender el pequeño gran ecosistema que representa el seno familiar para una persona en crecimiento.
Consciente o no, la dinámica del hogar estará profundamente atravesada y afectada por el estilo de comunicación que elijamos priorizar en nuestro día a día.