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¿A qué edad maduran los adolescentes?

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Cada persona es diferente. Los adolescentes maduran según la educación que reciben y las circunstancias familiares. Muchos expertos aseguran que, hoy en día, no maduran hasta los 19 o 20 años. No te pierdas este artículo. Te lo contamos.

Nuestros adolescentes viven en un contexto diferente al que vivimos nosotros, por eso, no podemos educar como nos educaron.

El crecimiento personal comienza desde que nacemos. Es progresivo, en cada edad se necesita subir al siguiente escalón. Escalones pequeños, aunque a veces la vida se encarga de que tengamos que subir unos cuantos escalones de golpe, pero en términos generales peldaño a peldaño.

Durante los primeros años les damos las dos manos, luego soltaremos una, habrá un momento en que soltemos las dos, pero estamos detrás muy pendientes. La “escalera de la vida” es muy grande y siempre vamos a estar ahí, pero debemos dejarles que la vayan subiendo ellos solos.

En ocasiones, nos pedirán que les demos la mano y tendremos que valorar si realmente la necesitan o les animamos a que suban solos. Este equilibrio es la clave para que vayan adquiriendo la madurez necesaria en cada etapa.

Son las herramientas que van incorporando “a su mochila” para que puedan ir utilizando una u otra en función de lo que se vayan encontrando.

Cuando nuestros hijos cumplen 13, 14, 15 años, en términos generales, nos parece que deben tener unas responsabilidades y asumir unas obligaciones. En ese momento se las pedimos y ellos no entienden qué les decimos.

Comenzamos a preocuparnos, el ambiente en casa se enrarece, no hacen lo que les pedimos y pensamos que tenemos otro hijo, que nos lo han cambiado.

Por un lado, ellos comienzan sus cambios físicos, emocionales internos y no se conocen, se ven a sí mismos como un extraño. Su cuerpo comienza a cambiar, no sienten igual que antes, piensan diferente y su voluntad queda un poco anulada.

Y, por otro, nosotros comenzamos a pedirles responsabilidades y obligaciones que hasta ahora no habían tenido. Comenzamos a pedírselas simplemente por el mero hecho de que han cumplido una edad que nos parece que deben tenerlas.

De estar entre algodones haciendo lo que quieren, dándoles todo, adquiriendo derechos sin parar desde que han nacido, ahora, sin preguntar y de repente, consideramos que deben tener derechos y obligaciones. ¡Llegamos tarde!

La madurez llega tarde y nuestros hijos alargan la adolescencia, y la falta de madurez, “una mezcla” potente que retrasa su crecimiento personal.

La autonomía es una pieza clave en el desarrollo de nuestros hijos adquiriendo ese crecimiento personal progresivo. Lo que pueda hacer tú hijo no se lo hagas tú.

La exigencia no está reñida con el cariño. A veces, unimos la exigencia a enfado, castigo, a “ya no puedo más…” y esto da lugar a una connotación negativa. Sin exigencia no se puede crecer.

Las personas que más te han exigido son las que más te han hecho crecer. Debemos saber conjugar exigencia con cariño, cuanto más vayamos a exigir, más cariño les daremos.

No debemos tener miedo a exigir, sino a exigir mal. Con la exigencia permitimos a nuestros hijos que se ejerciten en dos núcleos de virtud que son la templanza y la fortaleza.

Obtener la templanza nos permite ser capaces de hacer lo que tenemos que hacer nos apetezca o no. Les da la libertad de hacer lo que quieran, aunque no les apetezca.