Recuerdo muy bien mi primer año de secundaria. La mezcla entre emoción por lo nuevo, y total incertidumbre y miedo frente a lo desconocido. Me sentía grande, pero la realidad es que éramos los más chiquitos de la escuela secundaria.
El primer año de secundaria no es tarea fácil para quien lo está atravesando, ni para sus familias. Menos al principio.
¿Qué esperar de ese nuevo inicio de etapa?
Ante todo, esperar una licuadora emocional, por supuesto. Una a la cual le sobran fundamentos: el comienzo de la preadolescencia, la formación de la personalidad, los cambios físicos y hormonales, mayor conciencia emocional, compañeros y docentes nuevos, sistema educativo con nuevas reglas, horarios nuevos, mayores responsabilidades, más exigencia escolar, y podemos seguir enumerando factores que crearán un desafío para cualquiera.
Aunque esto le ocurre en mayor o menor medida a cada joven y jovencita que empieza la secundaria, no quiere decir que porque les pase a todos debemos naturalizarlo. Tener en cuenta los factores que se ponen en juego en esta etapa resulta crucial para poder abordarla con paciencia y firmeza, siendo de ayuda para ellos y no de tropiezo.
Consejos para sobrevivir al primer año de secundaria
Enumeremos algunos tips que quizás pueden ayudarnos para sobrevivir este primer año secundario, pero más que nada para ayudar a nuestros hijos a atravesar esta etapa con el mayor disfrute posible:
- Hablar, hablar, hablar: a riesgo de sonar repetitiva: hablemos con ellos. Sin dejar de reconocer sus espacios personales, de intimidad, de soledad, y sin abrumarnos. Abramos las líneas de comunicación. Si tienes hijos más chicos y estás leyendo esto, empieza desde antes incluso. Abrir las líneas de comunicación puede ser desafiante al comienzo de la adolescencia pero más aún si no fueron abiertas con anterioridad. Habilita el espacio de charla sin presión ni juicios, haz preguntas cotidianas, pregunta cómo se sienten, ofrece tu ayuda, estate atento sin controlar. Aprovecha los recorridos en el auto, por ejemplo, para apreciar el entorno, hablar de lo que ven y a partir de ahí conectar de manera desenfadada con aquellos temas que en otros espacios pueden ser más rígidos.
- Generar autonomía y respeto. Como siempre, el reto es conseguir un balance. Hay momentos para hablar, y de hecho resulta muy importante en esta etapa, pero también hay momentos para respetar los ánimos de los preadolescentes de ser más autónomos, hablar con sus amigos, pasar tiempo solos. No está mal siempre que sea en una medida equilibrada, como todo. Es normal. No tiene porqué resultar una alarma. Esta es una etapa en donde alentar de a poco la autonomía escolar es favorable: que aprendan a estudiar, que resuelvan conflictos, que vayan y vengan, que salgan solos, que pasen tiempo con amigos, que tengan sus secretos, que administren dinero. ¿Soltamos todo control y apoyo, y los libramos a su suerte? No. ¿Controlamos toda situación como lo hacíamos cuando tenían 2 años y los vivimos presionando? Tampoco. Estemos para ellos, pero sepamos cuando es momento de respetar, de confiar, de enseñarles a administrarse y de alentar la autonomía.
- Nuestras preocupaciones preocupan: nada novedoso en este frente. Es sabido que cuanto más preocupados estemos nosotros, más peso recaerá sobre ellos. ¿Qué hacer entonces? Buscar algún depositadero de nuestros miedos que no sean siempre nuestros hijos. Llámese terapia, amigos, pareja, escribir, pintar, lo que sea, todo es válido. Pero si nosotros vivimos volcando nuestros miedos en nuestros hijos no haremos más que generar interacciones basadas en la preocupación, el control, y la formalidad, colaborando incluso a que nuestros hijos eviten conversar con nosotros, se ausenten mentalmente cuando lo hacen o no vengan a nosotros a contarnos lo que necesitan para evitar que nos asustemos más.
- Paciencia, paciencia y más paciencia. Este es el punto en donde considerar los factores listados más arriba. Es momento de tener paciencia con ellos, con la etapa, con los cambios, con lo que les cuesta, con sus emociones. Es tiempo de comprensión y de apoyo casual, no acartonado, no muerto de miedo. Ahora, cabe remarcar que comprender no avala la ausencia de límites. Si la crisis de nuestros hijos traspasa los límites del hogar o de nuestras relaciones, no seremos más comprensivos por hacer la vista gorda. Ocurrirán exabruptos hormonales u opiniones dispares, y comprenderlas está bien, pero a su vez nadie debería faltarle el respeto a nadie o traspasar límites claros por estar en crisis (y esto debe ser enseñando). Quizás se acrecienta en este momento el límite puesto en común, acordado, charlado, pero no queramos ser comprensivos ignorando que existen los límites.
No porque comience la adolescencia perdamos el sentido de la familia. Quizás sea un tiempo donde dar espacio ayude, donde los jóvenes necesitan pasar tiempo con sus amigos o en soledad, pero no anulemos las tradiciones importantes para nuestras familias o aprovechemos para pasar tiempo de calidad juntos.
Tal vez estas costumbres o maneras de relacionarnos tengan que cambiar un poco y ajustarse a la etapa y edad de nuestros hijos. Quizás debamos terminar de soltar a Papa Noel y abrazar la noche de películas. Pero, enseñando su valor y adecuándonos a la situación, que no se pierda la familia. Si no nos adaptamos terminaremos obligando y los chicos estarán ahí solo porque deben. Y si nunca hacemos nada al respecto, quizás nunca vendrán por su propia cuenta. Aunque en plena transición, siguen siendo chicos, hijos y necesitados de estructura familiar. Con balance y cambios, pero sin perder la esencia de lo importante.