Asociadas a alguna deficiencia del sistema digestivo, las intolerancias alimentarias provocan el inadecuado procesamiento de determinados alimentos. A diferencia de las alergias, permiten seguir un consumo controlado y en pequeñas cantidades del alimento mal tolerado.
Las familias tenemos que estar atentas a cualquier síntoma que manifieste nuestro hijo o hija
Una intolerancia alimentaria se da cuando un alimento no es asimilado por el organismo. Las causas de esto a veces están en un defecto de alguna enzima encargada de metabolizar ese alimento. Muchas veces las barreras intestinales no están lo suficientemente formadas en el niño permitiendo que las sustancias del alimento entren en la sangre y este sea percibido como una amenaza, produciendo una reacción. Ese alimento, en general, se eliminará por el tubo digestivo sin haber sido digerido, con las consecuencias negativas para el organismo que eso implica.
Algunos de los síntomas más habituales de las intolerancias alimentarias son: trastornos digestivos (dolor y distensión abdominal, náuseas, gases, diarreas, vómitos), cansancio general, fatiga y trastornos psicológicos, dolores articulares, alteraciones cutáneas, trastornos del sueño, jaquecas y migrañas. En la mayor parte de casos, los síntomas se deben a que, al no ser digeridos, estos alimentos se degradan en el estómago.
Las intolerancias alimentarias son distintas a las alergias. Una de las principales diferencias es que la alergia afecta al sistema inmunológico, mientras que la intolerancia alimentaria afecta al metabolismo y al sistema digestivo. Los síntomas, que pueden ser similares, llevan a esta común confusión. Las personas con alergias alimentarias deben eliminar el alimento causante de su dieta. En cambio, las personas con alguna intolerancia pueden llevar un consumo controlado y en pequeñas cantidades del alimento.
Las tres intolerancias alimentarias más comunes son a la lactosa, a las proteínas de la leche de vaca y al gluten. Veamos cada una de ellas:
- Intolerancia a la lactosa. La lactosa es un hidrato de carbono que se encuentra en la leche y que es procesado por una enzima del intestino delgado llamada lactasa. El déficit de lactasa, que puede deberse a factores congénitos, es el responsable de que la lactosa de la leche no pueda ser correctamente metabolizada, provocando síntomas transitorios como la diarrea.
- Intolerancia a las proteínas de la leche de vaca. La leche de vaca se compone de dos fracciones: la caseína y el suero lácteo. Este último cuenta con dos proteínas que suelen ser las causantes de esta intolerancia. Suele aparecer poco después de que el niño empiece a ser alimentado con leche artificial.
- Intolerancia al gluten. El gluten es una proteína que encontramos en cereales como el trigo, la cebada, el centeno o la avena. La intolerancia al gluten, o celiaquía, es hereditaria y se debe a una lesión en la mucosa del intestino delgado que provoca que los alimentos con esta proteína no sean adecuadamente metabolizados en el organismo.
Algunas intolerancias son de origen genético y otras son adquiridas. Muchas veces son crónicas, aunque en algunos casos desaparecen espontáneamente, a medida que los niños crecen y su sistema intestinal, más maduro, puede tolerar el alimento.
Su detección precoz es muy importante para prevenir la mala absorción de nutrientes que muchas conllevan y evitar carencias alimenticias y fallos en el crecimiento y desarrollo infantil. Por ello, debemos estar atentos a posibles reacciones que los niños tengan a determinados alimentos, como diarreas, dolor y distensión abdominal (abdomen hinchado), eczemas y picores, pérdida de peso, malestar y llantos continuos.
¿Cómo saber si sufre intolerancia?
Si sospechamos que puede estar sufriendo una respuesta negativa a determinadas sustancias alimenticias, lo primero que debemos hacer es ir al médico. Hay que prestar especial atención al tipo de síntomas, su frecuencia y a si se dan cuando se consumen determinados alimentos. También se debe realizar un reconocimiento físico completo del paciente.
Ante las intolerancias, el método más utilizado es la dieta de eliminación. Consiste en suprimir el alimento o la combinación de alimentos que están bajo sospecha durante las dos semanas anteriores a la estimulación alimentaria. Si desaparecen los síntomas durante este periodo de tiempo, se vuelven a añadir a la dieta los alimentos eliminados en pequeñas cantidades, que se incrementan gradualmente hasta que se alcanza un consumo normal. Una vez verificados todos los alimentos que estaban bajo sospecha, se pueden evitar aquellos que hayan causado problemas.
En caso de que se diagnostique una intolerancia, conviene llevar a cabo un seguimiento con un Nutricionista para asegurar una dieta completa y unos correctos sustitutivos de los alimentos mal tolerados.