Las convicciones son un mundo complejo, que se complica aún más a la hora de querer enseñar nuestras creencias. Podrá ser difícil, pero para nada imposible, y te contamos por qué. Por definición, una convicción se trata de la seguridad que tiene una persona de sobre la verdad, sobre lo que cree, piensa y siente. Una fuerte creencia u opinión personal.
Lo más difícil de las convicciones, además de su construcción, es inculcarlas
Todos nosotros poseemos convicciones sobre la manera de ver la vida. Más o menos formadas, o en proceso de formación para muchos, podemos decir que las convicciones son algo que no podría llegar a definir, o todo lo contrario: quizás podríamos pensar que se trata del resultado de lo que vamos definiendo sobre nosotros mismos.
Si bien nuestras convicciones pueden ir cambiando, ya que nosotros mismos cambiamos, suelen regir gran parte de nuestra cosmovisión y, por lo tanto, de nuestras acciones. Distintas éticas laborales, códigos morales internos, y hasta estilos parentales pueden aparecer, basados en convicciones completamente diferentes sobre cómo manejarse en el trabajo o cómo criar a los hijos.
Cómo inculcar nuestras convicciones
Pero lo más difícil de las convicciones, además de su construcción, es inculcarles. No estamos hablando de formas vacías, sino creencias profundas que en general quieren transmitirse generacionalmente. Aunque sabemos que nuestros hijos harán sus propios caminos y elegirán sus propias convicciones, durante los años de la niñez y adolescencia es lógico que haya creencias que “rijan” la mirada general del hogar, o valores que quieran pasarse a nuestra descendencia, al margen de que luego nuestros hijos elijan otra cosa para sus vidas.
No estamos hablando de imponer o lavar cerebros. Estos valores positivos, como la solidaridad, servirán de base sobre los cuales nuestros hijos construirán los suyos propios (eligiendo o no lo que nosotros les enseñamos), pero más que nada moldean la manera en la que ellos se construirán a sí mismos. Esto indica que transmitir convicciones no es poca cosa, y puede afectar grandemente la vida de nuestros hijos, de manera positiva o negativa. Aparte de esto, transmitir con éxito puede volverse un gran desafío.
Enseñar, pero no obligar
Si bien podemos hablar de reglas de la casa, de límites y de permisividad, distinto es hablar de creencias u opiniones. Una cosa es que le pidamos a nuestros niños que respeten las normas de convivencia del hogar, y otra muy distinta es que les pidamos que crean lo mismo que nosotros o vean el mundo de la misma forma. Podemos enseñar, pero imponer puede ser totalmente contraproducente y dañar a nuestros hijos, al contrario de poder transmitir en amor una convicción sobre cualquier temática.
La mejor enseñanza
Sabemos ya que la mejor enseñanza viene de la mano del ejemplo y no tanto de la palabra. Los niños y adolescentes necesitan consistencia: si decimos una cosa, pero vivimos otra en la práctica, nuestro mensaje resultará completamente confuso para ellos, logrando así que al niño le cueste decidir, ser constante, acatar la disciplina, ser consecuente con lo que piensa y hace, confiar en los demás y respetar nuestra mirada o las de otros. O, puede ocurrir que nuestros adolescentes entren en un sinfín de enojos y rabias, totalmente justificadas, referentes a una actitud parental que dice, pero no hace, que cree, pero no pone en práctica lo que cree.
Lo que decimos importa y mucho. Pero en el caso de las convicciones, son las acciones que hacemos movidos por esas creencias lo que realmente marcan el ritmo. Sin eso, no se trata de otra cosa que de palabras vacías y creencias irreales. Y más aún, frente a la constante mirada de pequeños que miran todo lo que hacemos y dejamos de hacer, y lo toman como referencia.
Aprendizaje en familia
Un padre o madre aprende tanto de sus hijos, como ellos de sus padres. Si algo podemos hacer correctamente en el proceso de crecimiento de nuestros hijos y en la transmisión de valores profundos, es escuchar qué es lo que nuestros hijos creen y ven en primer lugar. Poder debatir al respecto, sin ánimos de convencimiento, sino de enriquecimiento, y poder escucharlos también es transmitir una convicción: la creencia de que lo que el otro tiene para decir es válido y rico, estemos o no de acuerdo con ello.
Cómo transmitir las convicciones
A la hora de transmitir convicciones, ya sean miradas propias, maneras de encarar la vida y sus aristas, cuestiones espirituales, de lo que se trate, lo mejor es transmitir desde la integridad. Desde la integridad se refiere a que lo que pensemos, creamos y hagamos, tenga coherencia entre sí. Si pensamos una cosa, pero hacemos otra y creemos algo totalmente diferente, no estaremos sembrando más que confusión.
Pero si cultivamos desde la integridad y transparencia, escuchando y no imponiendo, sino transmitiendo, estaremos pasándoles a las generaciones venideras valores que pueden ser los cimientos para sus propias construcciones. Aunque luego ellos elijan otras bases sobre las que construir, u otra arquitectura para el edificio, esas raíces echadas bajo tierra no caerán vacías, sino que los ayudarán a construirse a sí mismos sobre bases firmes, sobre convicciones reales y vividas.