¿Pueden ir solos a la escuela? ¿Cuándo es propicio? ¿A qué edad? ¿Deben lleva celular? Son muchos los interrogantes que nos hacemos los padres de hoy. Por un lado, queremos darles esa auto confianza que necesitan desarrollar y ayudarlos a crecer, pero por el otro se nos estruja el corazón. ¿Y si se pierden? ¿Y si los acosan? ¿Y si los raptan? Laura Lewin te responde.
¡Qué difícil enseñarles a los chicos a ser independientes y autónomos hoy en día!
Muchos peligros son reales, pero muchas otras veces, hay que decirlo, nos generamos una paranoia que asfixia. Después de todo, ¿quién no tendría miedo a partir de las cosas que se ven en la televisión o las que se leen en los diarios?
Lo primero que debemos preguntarnos es si nuestro hijo está preparado para ir solo. ¿Quiere ir? ¿Sabe dónde vivimos? ¿Sabe la dirección y el teléfono de casa o de sus padres? ¿Es lo suficientemente independiente para animarse? ¿Podría y sabría pedir ayuda en caso que fuese necesario?
Como en todo, debemos comenzar de manera gradual. Los acompañamos hasta la parada algunas veces y lentamente los vamos dejando tomar la iniciativa.
¿A partir de qué edad es prudente intentarlo? A partir del momento en que ellos se sientan confiados. Que un compañero ya vaya solo al colegio a los 12 años, no significa que nuestro hijo también pueda o deba hacerlo. La independencia no se apura. Debemos esperarla.
De a poco vamos dándoles más libertad: los acompañamos a la parada pero ya sin subirnos al bus, después los vemos desde la puerta de casa, y así hasta que viajar solos sea un hábito para ellos.
Que se reúnan dos o tres niños para emprender un viaje de ese estilo, es una gran ventaja. El apoyo y la compañía de sus pares siempre serán una gran ayuda.
La tecnología también puede ser nuestra aliada: existen relojes con GPS que nos permiten “seguir” virtualmente a los chicos, y hasta mandarles o recibir mensajes. Son más discretos y muy prácticos.
En el caso de los celulares, como todos sabemos, lo ideal es que los tengan bien guardados para evitar arrebatos que pueden generar angustia y miedo.
¿Qué pasa cuando el miedo nos paraliza o nos cuesta soltarlos?
Resolverles la vida a nuestros hijos no es ayudarlos, es incapacitarlos. Es no permitirles convertirse en ellos mismos.
Ningún padre quiere que su hijo sufra. El problema es que, cuando el adulto se preocupa excesivamente por su hijo, le saca la posibilidad de desarrollar herramientas esenciales para poder hacerle frente a la realidad que le toque vivir en el futuro.
Cuando sobreprotegemos a nuestros hijos, creyendo que ellos no pueden por sí mismos, los despojamos del poder de decidir, de utilizar su razonamiento, de poder tomar decisiones.
En vez de ayudarlos a crecer, los hacemos más chiquitos, y los niños terminan con más inseguridades, miedos, angustias, e incapaces de avanzar por sí solos.
Además, les cuesta asumir la frustración o reconocer sus errores.
Y no solo eso: el adulto también termina agotado. No solamente vive su vida, sino también la vida de su hijo.
Debemos brindarles a nuestros hijos las herramientas socioemocionales que los ayudarán en su vida adulta: la resiliencia, la flexibilidad, el poder adaptarse, entre otras.
Los niños nacen con una motivación natural para explorar y aprender.
Aprendamos a no estar pendientes de ellos en exceso, a dejarlos explorar y a equivocarse. Esto es confiar en que van a hacer un buen uso de la libertad que les damos.
Ante un niño miedoso, en vez de sobreprotegerlo, debemos explicarle qué es lo que va a pasar. De este modo, se sentirá seguro y se atreverá a superar sus miedos.