Comunicación en familia: cuando la forma importa

La importancia del buen uso de la palabra

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Cuando hablamos de “la palabra” podemos realizar un abordaje desde muchos puntos de vista, como cuando hablamos de la mayoría de las cosas: podemos hablar del lenguaje, de los tecnicismos de la palabra, de la gramática, de la literatura, de la semántica, de la comunicación, entre otras miles de posibilidades.

En este caso, quiero hacer foco en el uso de la palabra como forma, dentro del sistema de comunicación.

El uso de la palabra en nuestras vidas cotidianas tiene más o menos relevancia de acuerdo a la mirada de cada persona. Todos conocemos personas que son de “pocas palabras”, que se expresan más a través de formas de comunicación no verbal; otros que usan la palabra, pero no reparan tanto en la forma de usarla.

La capacidad y necesidad de comunicación y socialización está dentro de nosotros mismos

Otros que la tienen cerquita, la usan a menudo y la toman a pecho. Si bien cada uno puede verlo y vivirlo de formas diferentes, si existe una verdad respecto a la palabra que, aunque nos atraviese más o menos, sigue siendo justamente eso, una verdad: la palabra puede tener el poder de sanar o destruir, y de todo lo que está en el medio de esos extremos.

Quizás ante esta afirmación, muchos podrán alegar que las palabras de otros no les afectan tanto y tampoco dan mucha importancia a como ellos mismos comunican las cosas. Pero existe otra verdad respecto a esto, y una ineludible de hecho: somos seres sociales.

Sí, una obviedad, pero una obviedad que reafirma que, si nos constituimos como seres humanos, entendemos que está en nosotros la capacidad y necesidad de comunicación y socialización. De hecho, en una escala de prioridades o necesidades como por ejemplo la pirámide de Maslow, las necesidades de afiliación ocupan un sólido tercer lugar entre nuestras necesidades humanas primarias.

Ya sea por gusto, por necesidad, por disfrute, para formar vínculos o familia, para escalar en nuestras profesiones, para alcanzar sueños o incluso por mera supervivencia, nos comunicamos.

¿Cómo afrontamos la comunicación?

De eso es justamente de lo que me gustaría hablar en esta ocasión: de la forma. Podemos decir las mismas palabras con distintas intenciones, entonaciones vocales, cambiando las comas de sitio, y hasta con un diferente lenguaje no verbal. En ese caso, la frase cambiaría múltiples veces de sentido y su llegada también sería distinta.

Quisiera compartir algo que creo y que entiendo, puede resultar polémico para algunos: la forma está al mismo nivel de importancia que el contenido. Muchas veces, la forma en la que nos dirigimos a otros puede hacer que la conversación tome giros inesperados y hasta tenga múltiples finales. Al final del día, podemos comparar el modo en el que hablamos con el envoltorio de un regalo.

Si el exterior del regalo se encuentra sucio, manchado, tiene algo pegado que no queremos tocar, o nos causa rechazo, es probable que no queramos abrir el regalo o que no esperemos nada bueno de lo que está dentro de ese paquete. Querríamos que no, pero el exterior de ese, quizás hermoso y oculto presente, predispone.

Conversaciones y comunicación

Las conversaciones a las cuales les falta empatía, rebosan de calificativos para con el otro, definen y etiquetan, o se esconden detrás de un manto de aparente honestidad, pueden hacer que un contenido genial se vea totalmente opacado por un envoltorio conflictivo, hasta incluso llegando a anular la escucha para con el contenido o punto de la conversación.

La forma no es menor. Es capaz de herir, es capaz de ablandar, es capaz de ensalzar, pero sobre todo es la antesala al mensaje que queremos dar. Cuántas veces nos pudo haber pasado, quizás, a la hora de escuchar lo que otra persona nos quiere decir, que la conversación inicia con un “vos sos”, “porque vos siempre”, “la verdad que lo que hiciste fue”, en lugar de con “me parece que”, “yo siento que”, o “antes que nada gracias por”.

A veces nos quejamos de que el otro no escucha, de que lo que queremos decir no “llega”, de que el mensaje no arriba a puerto, pero no muchas veces nos preguntamos si somos nosotros los que estamos comunicándonos, de manera que el otro quiera escuchar.

Nadie quiere empezar una conversación siendo acusado, calificado o etiquetado. Es probable que si una charla empieza así, perdamos a la persona: ya está, ese potencial escucha se cerró, ya no va a escuchar nada más de lo que tengamos para decir, porque la forma lo atravesó lo suficiente como para querer protegerse a sí mismo, desestimando todo mensaje posterior que quizás era de bien para ambas partes.

  • Podemos hablar desde lo que sentimos sin definir al otro.
  • Hay tiempos y lugares para todo, incluso para hablar.
  • Tener filtro no nos hace menos sinceros, sino más considerados.
  • Es posible hablar con 100% de verdad y 100% de amor a los demás.
  • Poner límites no es faltar el respeto.
  • Cualquier persona merece respeto.
  • Nuestra opinión no es mayor a la de otros ni define a otras personas.
  • La forma importa, y mucho.

Heliana Moriya

Docente de música de niveles inicial, primario y secundario

Psicopedagogía