Ya nos acercamos a los últimos días del año y comienza la famosa, o infame, y un tanto inevitable época de balance.
Es casi imposible realizar un acto de escapismo exitoso de la mínima autoevaluación mental de lo que se vivía, se hizo, se logró o no en este año que termina.
El balance del año resulta personal y muy relativo
Para muchos el balance puede ser en promedio positivo o no tanto, pero la tendencia general que suele escucharse se inclina hacia ver las cosas negativas que ocurrieron desde el último enero. No es lo que hace todo el mundo, pero qué ocurre, ocurre.
Esta tendencia puede tener que ver con la eventualidad de hechos poco felices o el sostén en el tiempo de cuestión desgastantes pero “obligatorias”. El ser humano es así: a veces tendemos a ver el puntito negro en la hoja blanca, más veces de lo que nos fijamos en la hoja blanca.
La importancia del balance de fin de año
El balance del año resulta personal y muy relativo. Cada uno (menos mal), lo ve con la mirada propia, atravesada por mil vivencias, creencias, posturas y opiniones que solo nosotros conocemos.
Pero creo que la mirada al balance del año puede ser un poco más compasiva para con nosotros mismos, dejando un poco de lado la autoevaluación como concepto de exigencia y la frustración por lo no logrado.
Algunos factores a considerar pueden ayudarnos a ver el año con otros lentes:
La emoción del principio es lógica y no está mal
Como en diciembre suele comenzar el balance del año, en enero comienza la lista de objetivos a lograr en el año venidero. Una lista generalmente ambiciosa, colmada de deseos y con un poco de sesgo a la hora de construirla.
No solemos contemplar la acumulación de tareas, el cansancio del año y lo inesperado cuando confeccionamos esas metas. Nos gana la emoción y está bien, es lógico. Abrazar el yo del pasado que generó esa lista con alegría y darse una palmada en la espalda por la proyección, aunque quizás no del todo alcanzada, es entender que es normal esta curva anual y todo lo que implica.
Cuidar las expectativas
Las expectativas suelen ser el principio de muchos males, y más si agregamos una idea de balance que se ajusta al cumplimiento de ellas. Si bien arrancar enero con alegría es normal y sano, hacerlo con los pies sobre la tierra y acomodando expectativas a lo largo del año resulta clave para llegar a fin de año con un balance más equilibrado. Que no hayamos cumplido con lo que esperábamos no quiere decir que no hayamos logrado metas válidas y relevantes.
El transcurso y el cansancio
No podemos dejar de tomar en cuenta el cansancio que se va acumulando con el paso de los meses, por más que no surja en nuestro año nada excepcional. Un factor que cuesta medir al principio del año, pero que tiene un peso definitorio a medida que nos acercamos a los últimos meses del año.
Ya no rendimos como queremos, aunque lo intentamos. Tener en cuenta nuestro nivel de cansancio no es una excusa para no lograr o para justificar lo que no fue alcanzado, sino para comprendernos a nosotros mismos y poder descansar en que hicimos lo que pudimos, con las fuerzas que tuvimos. Dar el 100 no equivale a alcanzar una vara, sino a entender que mi 100% de hoy puede no ser el mismo de mañana, pero sigue siendo nuestro mejor y mayor esfuerzo.
El control es una ilusión
Una vez más, no se trata de una excusa para desentendernos de lo que nos corresponde. Pero muchas veces la ilusión de que tenemos el control de muchas o de todas las cosas nos carga a un punto difícil de llevar cuando uno quiere autoevaluarse.
No todo depende de nosotros, no podemos controlar todo. E incluso lo que sí podemos controlar, se encuentra generalmente atravesado por muchos factores más que se escapan efectivamente de nuestro control. Poder llegar a nuestro balance del año comprendiendo cuánto control realmente tuvimos y tenemos en el desenlace de los eventos del año puede aminorar la carga y darnos más paz.
No todo lo que se sale de lo planeado es perdido
Los planeamientos muy cerrados pueden generar que la falta de lugar para grietas, imprevistos y volantazos nos impacte más de la cuenta. Poder planear con lugar a sorpresas (lindas o no tanto), es planear sabia y previsoramente. Pero podemos redoblar la apuesta: no todo lo que se sale de lo que planeamos resulta un factor de crisis negativa.
Un acontecimiento inesperado puede terminar en nuevas posibilidades que no habíamos contemplado, en necesidad de resolver asuntos que nos ayudan a descubrir o destapar partes de nosotros que no conocíamos tanto, o podemos aprender a adaptarnos y flexibilizarse aún más antes los cambios, lo cual es una gran ganancia. No todo imprevisto es negativo, podemos ver el costado de aprendizaje si así lo deseamos, y que nos ayude a evaluar el año con aún mayor perspectiva.