¿Qué haríamos sin el lenguaje? ¡Prácticamente nada! La capacidad de comunicarnos como seres humanos es tan primitiva que no podemos imaginarnos sin ella. No solo con palabras: una mirada, un suspiro o cómo golpeamos la puerta para anunciar nuestra llegada son solo algunos de los recursos lingüísticos con los que contamos en la vida cotidiana.
Aún no existe una sola definición reducida que logre agrupar el complejísimo sistema lingüístico
¿Pero cómo funciona este sistema en nuestro cerebro? ¿Cómo podemos ser capaces de recibir, comprender y responder exitosamente un mismo código con mi entorno social?
Empecemos por intentar definir el lenguaje. Recalcamos la palabra “intentar”, pues al día de hoy no existe una sola definición reducida que logre agrupar el complejísimo sistema lingüístico.
Definiendo el lenguaje
Para muchas disciplinas psicológicas, filosóficas, antropológicas (entre otras), el lenguaje está conformado por representaciones mentales externas entendidas por signos o símbolos que nos permiten comunicarnos. Para otras, es el medio por el cual representamos nuestra experiencia del mundo.
Lo que nadie discute es su complejidad: el ser humano combina sonidos individuales con unidades sonoras más largas, lo que entendemos por palabras. Estas palabras se combinan entre sí dando origen a frases y oraciones, las cuales están estructuradas por reglas muy específicas.
Actualmente, y a diferencia de los animales, el ser humano es el único capaz de utilizar el lenguaje para relacionarse y comunicarse verbalmente con este exquisito nivel de precisión.
¿Qué partes del cerebro se encargan del proceso lingüístico?
Existen dos estructuras fundamentales llamadas área de Wernicke y área de Broca. La primera se ocupa de todo lo referido a la comprensión del lenguaje. Esto significa que su importancia es total, ya que define la calidad en la ejecución de nuestras funciones intelectuales superiores. Se ubica en la parte posterior del lóbulo temporal.
El área de Broca, por otro lado, es la que nos permite formar palabras, puesto que gestiona los circuitos nerviosos responsables del proceso. La expresión de cada palabra o frase corta nace en esta área. Podemos ubicarla en la corteza prefrontal de nuestro cerebro.
Como mencionamos anteriormente, las palabras no son la única forma de comunicarnos, lo cual complica aún más el lenguaje. Entendemos que hay dos tipos de mensajes que podemos emitir o recibir: el verbal y el no verbal.
El verbal se reduce a todo mensaje transmitido a través de palabras o letras individuales. Dentro de este, se ramifican más de 10.000 lenguajes inventados y estructurados en todo el mundo.
El mensaje no verbal, es el verdadero “lenguaje universal”. ¿Por qué? Sin importar nuestra procedencia, desde nuestro nacimiento nos comunicamos sin haber aprendido o escuchado una sola palabra. A través del llanto, las miradas o una simple risa, traemos de base una enorme caja de herramientas fundamental.
De hecho, se considera que el 93% de los mensajes que comunicamos a los demás son no verbales. De ahí el dicho “el cuerpo no miente”. Aunque un niño le asegure a su familia con palabras previamente aprendidas que “está bien” después de habernos asustado con un perro, el temblor de nuestro cuerpo o las manos agitadas dicen lo contrario.