Cambios de conducta infanto-juvenil: ¿Cuándo empezar a preocuparse?

9 signos observables y 4 estrategias para afrontar posibles crisis

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Como padres, podemos cometer el error de ignorar o minimizar claros indicios de conducta en nuestros hijos potencialmente nociva, tanto para ellos como para su entorno. Acercamos algunos signos y estrategias a tener en cuenta para distinguir con criterio cuando es el momento adecuado para realizar una consulta médica

Existe una preocupación actual ante el creciente aumento de casos de trastornos diagnosticados desde edades muy tempranas

Es sabido que tanto las etapas de la infancia como la adolescencia se caracterizan por incluir cambios conductuales y emocionales importantes que no deberían alarmarnos en una primera instancia. Nunca está de más recordar que estos son los períodos de “las primeras veces”, lo que produce incontables reacciones que pueden dispararse para más de una dirección.

Sin embargo, existe una entendible preocupación actual ante el creciente aumento de casos con trastornos diagnosticados desde edades muy tempranas. Las causas son tan variadas como numerosas (condiciones socioeconómicas desfavorables, crisis de valores, cambios en la autoridad parental, divorcios, etc.)

Cómo distinguir un trastorno de conducta

Más allá del origen de estas problemáticas, nos urge conocer e incorporar algunas herramientas para mejorar nuestro criterio en la detección de los mencionados trastornos, aún si no somos expertos en la materia.

¿Cómo distinguimos como padres un “momento de agitación” de un trastorno de hiperactividad? ¿Y el mal comportamiento en la escuela del otro día con un trastorno de conducta? Para aclarar algunas de estas inquietudes, compartimos a continuación algunos signos observables a tener en cuenta con tu familia.

Cabe aclarar que, más allá de los matices de cada etapa, estos signos son compatibles tanto en niños como en adolescentes. Por lo tanto, sería recomendable visitar a un profesional si en la familia observamos una o más conductas sostenidas de:

  • Frialdad o distancia ante situaciones emocionales.
  • Falta de deseo por relacionarse con otros o generar amistades.
  • Excesiva intimidad con otros. Se apresura a catalogar a los demás como “sus mejores amistades”.
  • Baja autoestima ante deseos, ideas o proyectos. Se compara frecuentemente con el resto y manifiesta envidia.
  • Cambios extremos en la alimentación y el descanso.
  • Falta de arrepentimiento o empatía ante el daño causado a los demás. No se inmuta ni preocupa por respetar normas sociales, la autoridad o la realidad ajena.
  • Rechazo a la separación manifestado con dolores estomacales, transpiración, pesadillas, etc.
  • Amenazas verbales y no verbales que expresen intenciones de dañar físicamente a personas o animales.
  • Manipulación, robo o engaños recurrentes.

Pedir ayuda a un especialista en conducta

Aunque algunos de estos indicios son característicos de determinados trastornos específicos, siempre es mejor confirmar toda sospecha con un profesional. Bajo ningún punto de vista esto puede ser considerada evidencia suficiente para ningún diagnóstico, pero sí nos dan motivos válidos para una consulta médica al respecto.

Independientemente del diagnóstico o de los signos que se observen, sabemos que nuestro trabajo no termina ahí. Siempre se puede continuar creciendo en un mejor acompañamiento desde el rol parental ante este tipo de cambios comportamentales. Basados en la búsqueda por ser intencionales (pero no invasivos) con nuestros hijos e hijas, recomendamos:

  • No concentrarse en dar directivas, opiniones o “impartir conocimiento” de lo que está viviendo el niño o joven. Probar de construir puntos de encuentro que conduzcan a pensar y decidir en equipo, de forma conjunta. Y si se puede traducir en hechos y no solo palabras, mejor aún.
  • Si no se genera ese espacio de confianza en el tiempo, tal vez sea bueno preguntarle a tu hijo con quién se siente seguro o con ánimos de compartir. Puede ser otro familiar, un amigo, un docente o su terapeuta. Aunque nos duela no ocupar ese rol de contención, es más importante para la salud de nuestros hijos saber delegar cuando la situación lo requiere.
  • Mantener un canal de escucha continuo, sin interpretar o buscar convencer. Escuchar lo que les sucede no implica estar de acuerdo con su comportamiento, pero sí permite validar su experiencia y sentimientos al respecto. Además, esto nos ayuda a sostener un vínculo sincero y más fluido.
  • Garantizarles a nivel verbal, físico y emocional que no los abandonaremos bajo ningún punto de vista y que siempre contarán con nuestro amor y predisposición. Los cambios extraordinarios de comportamiento en los jóvenes suelen generar mucha tensión en las personas de su entorno, generando malestar y falta de comprensión. Por lo tanto, mantenernos incondicionales para ellos independientemente de lo que atraviesan o sienten puede ser el elemento crucial para su bienestar.

Joaquín Sombielle

Licenciado en Psicología

Docente de piano y lenguaje musical