Lo que decimos y hacemos son solo algunos aspectos que impactan directamente en nuestra familia. Considerando que muchos pensamientos automáticos negativos activan nuestras conductas, estos pueden también tener efectos muy significativos en nuestros hijos. Revisamos entonces cuales son los más importantes con ejemplos y posibles alternativas para mejorarlos.
Desde la infancia, influimos como padres y madres en el envase y el contenido de cómo hablan, callan, preguntan y contestan
Sin dudas, el vínculo que establecemos con nuestros hijos desde el momento en que decidimos formar una familia sea posiblemente el más influyente y fundacional para sus vidas en muchos aspectos.
Desde su infancia, influimos como padres y madres en el envase y el contenido de cómo hablan, callan, preguntan y contestan. La intensidad y efectividad de estos efectos dependerán por supuesto del estilo parental, sea este activo o pasivo.
Sin embargo, recientes avances en las terapias cognitivas aseguran que estas conductas, palabras y formas se encuentran previamente comandadas y estimuladas por los pensamientos heredados familiarmente.
Dentro de esos pensamientos existen las llamadas “distorsiones cognitivas”. Estas se definen como “errores” en el proceso de la información que abrazamos durante algún momento de nuestra vida. Aun así, continuamos repitiendo y aplicándolas una y otra vez ante cualquier situación fuera de contexto sin pensar.
Según la escuela cognitiva, es a partir de estas repeticiones donde moldeamos gran parte de nuestro carácter y, naturalmente, el de nuestro propio núcleo familiar. Aunque los psicólogos y psiquiatras Albert Ellis y Aaron Beck introdujeron la terapia cognitiva en Estados Unidos alrededor de 1960, hoy contamos con más herramientas para distinguir con mayor claridad las distorsiones y poder actuar sobre ellas.
A continuación, compartimos algunas de las más frecuentes acompañadas de ejemplos, con el objetivo de animarnos a cuestionarnos qué pensamientos y formas de pensar queremos inculcar o transmitir a nuestra familia:
1- Conclusión en ausencia de evidencia (inferencia arbitraria)
Situación: Mercedes se acaba de enterar por medio de un email que fue despedida de su cargo empresarial. Decide contarle la noticia a su esposo Diego, que se encontraba desayunando en la cocina con su hija Camila (8 años). Mercedes entra gritando enojada diciendo: “mi jefe me acaba de echar. Estoy segura que es porque piensan que estoy vieja para el puesto. Nunca me apreciaron por lo que soy”.
En este caso, el pensamiento automático que Mercedes expresó no solamente impacta en Diego, sino especialmente en Camila. Desde muy temprana edad, distorsiones como estas pueden alentarla a resolver futuras crisis de forma precipitada, con excesiva confianza en su juicio, y poca o nula confianza en los demás.
Tal vez una respuesta más adecuada, sincera y menos precipitada podría haber sido: “me echaron del trabajo. Me gustaría saber por qué, pero ahora mismo estoy muy triste y enojada”. Esto le demostraría a Camila que está bien expresar sentimientos a pesar de no entender el porqué de ciertas situaciones o cuestiones externas.
2- Generalización
Situación: Andrés terminó con una relación de muchos años por una infidelidad por parte de su expareja, Julieta. Como Andrés ya había atravesado un divorcio previamente, se acerca a su hijo Sebastián (10 años) y le asegura: “todas las mujeres son iguales. Que nunca te digan otra cosa”.
El objetivo de Andrés era el de establecer una regla general para todos, incluyendo a su hijo. El problema es que esa regla está basada en solo dos experiencias personales aisladas, y por lo tanto no debería generalizarse.
Si bien este no es el único ejemplo, pensamientos como este definitivamente no colaboran en la expansión del aprendizaje, la humildad o la curiosidad de Sebastián. Además, pueden desencadenar en él otros efectos laterales como pensamientos o conductas sexistas y misóginas en el tiempo.
Andrés podría optar por decir: “papá está triste porque Julieta se equivocó y me lastimó”. Esto no anula lo que Andrés siente y al mismo tiempo no transmite un mensaje generalizador a Sebastián.
3- Pensamiento dicotómico
Situación: Juan se compra un auto 0 kilómetro y decide salir a probarlo con su hijo Pedro (9 años). Mientras maneja le dice a su hijo: “este es el mejor auto de todos. ¿Viste lo que compró papá?”. Luego de unas cuadras, al volver a su hogar ven al vecino estacionar un auto bastante más viejo y deteriorado. Juan dice: “ese auto es una porquería. No sé por qué no lo vendió todavía”.
Esta sea posiblemente la distorsión cognitiva más atendible para los padres. Esto se debe a que los niños y adolescentes ya cuentan con pensamientos dicotómicos naturales y recurrentes propios de su etapa. Sus relaciones con las personas, objetos y experiencias suelen tener componentes de “amor/odio” y “a todo o nada” desde el vamos.
Por lo tanto, como adultos deberíamos reflexionar y revisar acerca de qué decimos y cómo lo decimos, ya que podríamos estar reforzando aún más este tipo de automatismos. Juan quizá podría haber dicho: “qué bueno que pude comprar este auto con lo que nos costó.” De esta forma, él podía transmitir su felicidad, y al mismo tiempo gratitud y humildad.
De no modificar y reflexionar acerca de estos pensamientos, es posible que se traduzcan eventualmente para Pedro en rasgos de intolerancia, soberbia, individualismo, cargados de comparaciones que ciertamente no construyen vínculos sanos.