La dinámica de videojuegos hasta finales del siglo XX, proponía en su mayoría un contenido gaming de puro entretenimiento, pero esto ya no es necesariamente así. ¿Cómo podemos aprender más de los videojuegos inmersivos que se atreven a plantear problemáticas éticas, y ponen en juego nuestros valores?
Una industria que nos reta cada vez más
A estas alturas, no es ninguna sorpresa como la industria del gaming se ha ganado gran parte del público jóven (y no tan jóven) en la última década.
Ya sea por el auge de los juegos en línea, un mayor financiamiento por parte de inversionistas y desarrolladoras o por el simple paso del tiempo, los videojuegos representan la cultura de una gran cantidad de la población en el mundo.
Tal es así que cada vez más videojuegos se concentran en contar historias interactivas que comprometan al jugador no solo a desafiarlo desde un punto de vista mecánico sino también racional, comprometiéndose a tomar decisiones que guardan consecuencias en el futuro.
Por ejemplo, existen juegos como Undertale, Heavy Rain, Until Dawn o Detroit:Become Human en el cual la historia se desarrolla en base a las decisiones (u omisiones) que elegimos, así como el tipo de relaciones que priorizamos (o no) con cada personaje de dicha historia.
El resultado de toda esa larga cadena de sucesos puede devenir en un final completamente diferente para cada gamer, llegando a existir ¡más de 20 finales en algunos casos!
Una experiencia más allá del entretenimiento
Este tipo de propuestas trae consigo un arma de doble filo: por un lado, la posibilidad de que un videojuego (o como a veces se dice vulgarmente “jueguito”) pase de ser algo de puro entretenimiento a convertirse en una experiencia significativa y hasta trascendental para las personas que lo juegan y se sumergen en él.
Esto permite también impulsar y fomentar que enfrentemos nuestro costado más humano dentro de una experiencia, en un principio digital.
Por el otro, no solo la trama se complejiza: también las temáticas se vuelven cada vez más cercanas a la realidad, por más que se esté jugando una historia ficticia. Muchas de estas decisiones antes mencionadas implican momentos incómodos como “salvarse vs salvar a tu amigo” o “decir la verdad vs ocultarla”.
He aquí el principal dilema: ¿Será más “sano” un juego que decide la historia por tí o donde tú cuentas la historia?
Impacto en niños y jóvenes
Como adultos, probablemente esto no represente un conflicto ya que nuestra identidad se encuentra formada y entendemos a esta altura el peso de muchas de nuestras decisiones.
Pero en el caso de niños y jóvenes, la identidad todavía se encuentra en formación. Por lo tanto, incluso cuestiones más “triviales” de un videojuego pueden ser relevantes en su desarrollo como seres humanos.
Una de las principales preocupaciones de hoy en día respecto al consumo de gaming en niños y adolescentes ya no solo se limita a su tiempo de uso sino al contenido en sí.
Es cierto que las desarrolladoras de videojuegos respetan un sistema de restricción según edades a la hora de promocionar sus videojuegos (tal como sucede con las películas en el cine, por ejemplo).
Aún así, la tendencia de muchos juegos a volverse cada vez más controversiales e incómodos éticamente, pues plantea la necesidad de tomar una mayor dimensión de lo que nuestros jóvenes consumen y se interesan.
Como padres debemos estar muy al tanto del uso que hacen nuestros hijos. Conectar con sus intereses y aprovechar para fomentar un diálogo constructivo a partir de los retos que estos videojuegos les plantean.
Por ejemplo, preguntarles de qué trata su actual videojuego y cómo se sienten al respecto con sus decisiones y su final puede ser una muy buena forma de empezar a cuidar sin presionarlos.
En general, los videojuegos pueden ser una herramienta poderosa para enseñar y promover la ética, pero también pueden presentar desafíos éticos para los diseñadores de juegos, los jugadores y la sociedad en general.