Aunque queramos evitarlo, es imposible detener la acción del pensar. ¿Pero cómo se generan nuestros pensamientos en el cerebro? ¿Y cómo define nuestra forma de pensar e interpretar el mundo?
El estudio de la cognición ha ganado relevancia en los últimos años
Cuesta imaginar funciones ejecutivas del cerebro más sofisticadas y centrales que la de nuestro propio pensamiento. Gracias a este, gozamos de un proceso que nos permite razonar, reflexionar, refinar o desechar ideas en cuestión de milisegundos.
Una de las muchas definiciones del pensamiento sostiene que el pensar es nuestra capacidad para maniobrar y modificar símbolos o datos para entonces conseguir nueva información.
Las partes de los pensamientos
También se la considera nuestra facultad psíquica con mayor jerarquía, y se la puede dividir en 3 partes que funcionan de manera simultánea:
- El Concepto: Entendemos por concepto a la definición originaria de lo que entendemos por ‘cosas’. Para poder alojarlas en nuestro pensamiento, solemos asociarlas a las palabras, ya que nos permiten expresar verbalmente dichas ‘cosas’
- El Juicio: Se ocupa de relacionar un mínimo de dos conceptos. A partir de dicha relación, nuestro juicio elabora una conclusión a partir de la comparación y recopilación de experiencias previas. De esta forma, filtra los pensamientos que surgen para arribar a una afirmación que se transforme en “verdad”.
- El razonamiento: Si el juicio se encarga de generar “verdades” inmediatas, el razonamiento permite generar nuevas “verdades” a partir de dos premisas. Por ejemplo: si un gato maúlla (1° premisa) cuando abrimos una lata de atún (2° premisa), razonamos que el gato tiene hambre (conclusión).
Un concepto del aparato psíquico que ha tomado más y más relevancia en los últimos años es el de la cognición. Las cogniciones pueden presentarse en forma de conocimientos (“el gato maúlla”), creencias (“los gatos solo maúllan cuando quieren algo”) o de opiniones (“no me gustan los gatos”).
¿Qué relación tienen las creencias con el pensamiento?
Las creencias funcionan como uno de los principales motores y conectores de nuestros pensamientos. Son construcciones con base en nuestra propia experiencia y conocimientos que van a moldear nuestros comportamientos y reacciones tanto en el presente como en el futuro. En términos más simples, las creencias son afirmaciones subjetivas personales que entendemos como verdades absolutas.
Mucho se ha estudiado en el campo de la psicología al respecto de este concepto y la posibilidad de repensar nuestras creencias para superar obstáculos. Aunque es verdad que no podemos modificar los hechos, sí podemos cambiar nuestra forma de interpretarlos.
Anthony Robbins, uno de los principales referentes del desarrollo personal a nivel mundial, clasifica las creencias en potenciadoras y limitantes.
La primera básicamente nos ayuda a lograr los objetivos que nos proponemos como seres humanos. En general lo asociamos a lo que nos hace bien y nos da placer en el mediano/largo plazo, pero que requiere un esfuerzo o cierto sufrimiento en el corto plazo.
Por ejemplo: si nos planteamos bajar 20 kilos, durante los primeros meses probablemente nos cueste adaptarnos a cambiar nuestra alimentación o ejercicio físico. Pero eventualmente, esto repercute en nuestra salud y bienestar, con lo que eventualmente nos generará placer sostenerlo.
Las creencias limitantes son justamente lo opuesto a las potenciadoras. Típicas del rubro de publicidad, alientan a nuestro placer instantáneo (“¡Baje 10 kilos en 30 días!”), sin contemplar las consecuencias negativas que tienen estos pensamientos para nuestro bienestar físico y psicológico.