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De qué se tratan los miedos adolescentes

Cuando el futuro, el fracaso y el rechazo comienzan a asustar

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El miedo forma parte de la cartera de emociones básicas de cualquier persona. Sin embargo, no todos los miedos son iguales, y algunas etapas tienen los suyos propios. Desciframos cuáles son los miedos adolescentes y cómo ayudarles a hacerles frente.

La oscuridad, los monstruos, las pesadillas, las vacunas. Los miedos más comunes en la infancia se mueven alrededor de estos conceptos, solo por nombrar algunos. Pero ¿Qué hay de los miedos adolescentes? ¿Qué es lo que inquieta a nuestros hijos que ya no son niños pero tampoco adultos?

Se trata de miedos que se despegan de temáticas infantiles y comienzan a acercarse hacia inquietudes pertenecientes a la adultez

Ya no habrá que preocuparse por monstruos bajo la cama o idas al doctor, pero ciertamente los adolescentes poseen sus propios miedos, propios de su etapa vital más madura. Se trata de miedos que se despegan de temáticas infantiles y comienzan a acercarse hacia inquietudes pertenecientes a la adultez.

Hasta podríamos decir que estos no difieren tanto de los miedos de los adultos. Pero, sumados a los cambios físicos, psicológicos y sociales que atraviesan los adolescentes, muchos de estos miedos pueden verse exacerbados. Así todo, este proceso es normal e ineludible. El diferencial recae en el contexto en el que se dan estos miedos y emociones: el adolescente aún no posee los mismos recursos, la misma estabilidad emocional y desarrollo de la personalidad, que un adulto.

¿Cuáles serían los miedos propios de la pubertad?

  • Miedo al futuro. Al transitar la adolescencia, los jóvenes comienzan un lógico proceso de autonomía, camino a la futura independencia de sus padres. Este camino, si bien es saludable, trae consigo una gran carga de incertidumbre y miedo a lo desconocido. La cantidad de posibilidades emociona pero también abruma. A medida que transcurre el tiempo, los jóvenes van acercándose a grandes decisiones venideras que conllevan a inquietudes como qué carrera u oficio elegir, donde trabajar, que pasa si no me va bien, si me equivoco de carrera o si no consigo trabajo, qué ocurre si no consigo pareja o no hago amigos.
  • Miedo al rechazo. Al encontrarse en un proceso de construcción de la identidad y personalidad, el adolescente se encuentra vulnerable ante las interacciones con sus pares. Estas relaciones mismas también contribuyen a esa personalidad en desarrollo. Es por esto que resulta habitual una preocupación excesiva (y hasta a veces, cambios de comportamiento) por ser incluido en determinados grupos o ser aceptado por ciertas personas. El miedo aumenta cuando las relaciones y aceptación que buscan se dificultan, generando grietas en la autoestima e imagen propia del joven.
  • Miedo al fracaso. A lo largo de la pubertad, los jóvenes van tomando conciencia de las expectativas que otros ponen sobre ellos. Ya sea por parte de familia, escuela, o pares, el adolescente busca la integración a la sociedad. Pero a medida que va conquistando este terreno se da cuenta que “debe cumplir” con ciertas expectativas que los adultos de su entorno depositan en él, para alcanzar las metas que se propone. Todo esto se juega junto a un inquietante interrogante: ¿Podré lograrlo?

Si bien estos tres temores resultan normales y principales, podemos hacer algunas menciones especiales, como el miedo al amor, a la pérdida, al ridículo y al cambio.

Todo esto no hace más que conducirnos hacia la próxima y lógica pregunta: ¿Qué hacemos para ayudar?

En primer lugar debemos tomar en cuenta que el miedo es un sentimiento normal en cualquier persona de cualquier edad, con lo cual desestimar, burlarse o minimizarlo no sería la opción más saludable.

  • Escuchar a nuestros hijos adolescentes sienta las bases para que ellos puedan expresar sus emociones sintiendo nuestro apoyo como padres frente a cualquier miedo.
  • Apoyarlos, siendo conscientes de que aún carecen de las herramientas emocionales para resolver sus inseguridades, puede ayudarlos a transitar el día a día, con miedos y todo. Estamos dispuestos a ayudar y a acompañar a enfrentar los miedos.
  • Si bien escuchar es clave, también nos toca dialogar. Hablar de lo que les pasa, o sobre nuestros miedos e inseguridades que teníamos en nuestra juventud puede acortar la brecha comunicacional entre padres e hijos. Es importante que cuidemos lo que decimos: condenar el miedo o restarle importancia, abrumar con expectativas, querer ofrecer una solución para todo. Son conceptos que pueden volverse contraproducentes a la hora de aliviar los miedos de nuestros hijos.
  • Reafirmarlos sobre ciertas ideas puede ayudar a poner calma sobre sus preocupaciones. Al fin y al cabo, si te equivocas de carrera, podés elegir otra. Nadie te corre. Te pueden echar de un trabajo. Podés reprobar un examen en la universidad. Una relación puede no ser lo que esperabas. Todo esto es parte de acercarse a la adultez, y está bien.

Al final del día, todos sentimos miedo. Es por esto que ser sinceros sobre nuestros temores, estimular la confianza de nuestros hijos en sí mismos, elogiar sus logros, alentarlos a ser valientes y ser tolerantes con sus procesos. Resulta fundamental a la hora de ayudar a nuestros hijos adolescentes a enfrentar a sus propios “monstruos debajo de la cama”.