En la heterogeneidad de una sala de jardín de infantes, o en un aula de primaria, es bastante habitual que determinados niños sean vistos tanto por sus docentes, como por sus compañeros o familias de la escuela como “chicos problema”.
Por ‘niños problema’ nos referimos a los que habitualmente “hacen lío”, entran en conflicto con facilidad, o manifiestan algún grado de agresividad y rebeldía
Se trata, generalmente, de los que “hacen lío”, entran en conflicto con facilidad, o manifiestan algún grado de agresividad y rebeldía. Pero en muchos casos también se trata de niños estigmatizados por sus situaciones familiares, por patologías que afectan sus conductas, o por comportamientos mal vistos por los demás.
En la mayoría de las escuelas es habitual que el docente tenga a su cargo alrededor de 25 alumnos, aproximadamente. Por esta razón, es imposible que el docente pueda ver todo lo que ocurre en simultáneo. Resulta común que un niño o una niña se acerque llorando a su docente para contarle que un compañero lo agrede física o verbalmente. Y, lamentablemente, por lo general es señalado el famoso “niño problema”.
¿Qué hacer frente a esta situación?
El docente puede proceder de varias maneras para comprobar, hasta cierto punto, que es lo que ocurrió, para así contemplar opciones en pos de solucionar el conflicto. Pero aunque se termine resolviendo, esto no borra la acusación inicial. Acusación que muchas veces se ve influenciada por el parecer común que se tiene hacia determinado niño, y carece de fundamentos reales.
¿Por qué es importante hablar de esto? Porque lo que atraviesa ese niño acusado infundadamente no debería ser tomado en menos. Ocurre con regularidad que un niño acusa a otro de algo que no hizo, estando el acusado al otro lado del salón o en otro espacio físico incluso. Pero la realidad más triste es que muchas veces esas miradas infantiles se ven influenciadas por las nuestras, las de los adultos.
Hasta los seis años aproximadamente, los niños tienden a rellenar toda información faltante con fantasías provenientes de su propia imaginación. Esto es totalmente normal. Es por esto que muchas veces, los niños sacan sus propias conclusiones sobre un asunto, mezclando sus pareceres personales con los hechos reales, con un toque de fantasía.
Cuidar las palabras
Bien sabemos también que hasta cierta edad, tienden a repetir lo que decimos los adultos, a creer ciegamente y a suscribirse con seguridad a las convicciones que manifiesta la familia.
Es por esto que precisamos cuidar lo que decimos, cuándo y cómo lo decimos. No se trata de ocultarle algo a nuestros hijos, sino de adaptar la información a sus respectivas etapas vitales para que puedan comprenderla con claridad.
Si nosotros como padres y madres conversamos en casa sobre nuestra preocupación por un amigo de nuestros hijos cuyo comportamiento nos incomoda, o sobre un nene del jardín que pega y muerde, es muy probable que los niños escuchen total o parcialmente esa conversación y la hagan propia. Ya sea tratándose de niños pequeños que exacerban la historia, o de niños un poco mayores que nos toman como fuertes referentes de sus opiniones.
La realidad es que los niños catalogados como “problema” también sufren. De hecho, es probable que sea por eso mismo que sus comportamientos se ven afectados. Ya sea por una situación familiar difícil, de separación o enfermedad. O también por cuestiones de crianza o de patologías específicas. Aunque cueste dejar los juicios de lado, formar parte de una comunidad educativa implica apoyarnos mutuamente, incluso cuando algo nos genera preocupación.
Amabilidad y confianza
En general, estos niños, responden muy bien a la amabilidad y la confianza. Y a su vez, su comportamiento disruptivo es agravado por falsas acusaciones, discriminación o burlas.
Esto ocurre dentro del aula, pero también dentro de casa. Es por eso que hablar privadamente como familia es importante para no colaborar a que nuestros hijos formen opiniones basadas únicamente en nuestras preocupaciones.
Estas son algunas de las cosas que podemos hacer:
- Hablar con ellos. Preguntarles sobre cómo los hace sentir ese compañero, que opinan, que ocurre en la escuela.
- Destacar la importancia de aceptar a otros. Podemos contarles que ese compañero quizás no puede relacionarse de la mejor manera pero está aprendiendo, y que todos cometemos errores.
- Enseñarles a ponerle límites a ese compañero sin acusarlo, discriminarlo ni maltratarlo. No hace falta tolerar abusos o agresiones. Podemos transmitir que el respeto hacia otros puede ir de la mano del autocuidado de uno mismo.
No olvidemos que ese niño señalado también tiene emocionalidad, familia y, finalmente, que se trata de un niño. Una personita en proceso de crecimiento que seguramente está atravesando dificultades mayores a su capacidad de expresión. Dificultades que se traducen en problemas conductuales.
Podemos estar de acuerdo o no con la crianza que realizan otras familias para con sus hijos, pero cuidemos a los nuestros y enseñemosle con el ejemplo a convivir con los demás en armonía y respeto. Incluso si los demás a veces nos la hacen un poco difícil.